La semana pasada se celebró en Madrid la
109 Asamblea Plenaria de la CEE.
Como es habitual se abrió con el discurso
inaugural de su presidente Don Ricardo Blazquez, Cardenal-arzobispo de
Valladolid, que en la misma asamblea seria reelegido por sus hermanos obispos
para otro trienio, a pesar que solo le queda un mes para cumplir la edad de
setenta y cinco años, a la que los obispos deben presentar su renuncia
ante el Papa. El largo discurso institucional comenzó, como es de rigor y
educación, con los saludos a cardenales, arzobispos y obispos, al nuncio de Su
Santidad en España, a los obispos de nueva incorporación, al electo de
Plasencia, Don José Luís Retana (que estaba presente en la asamblea aunque aún
no forme parte de ella), y a los administradores
diocesanos (de las sedes
vacantes) “que junto con los colegios de consultores se
han ocupado con generosidad y entrega del gobierno pastoral respectivo de las
mencionadas diócesis”.
Agradezco a Don Ricardo este cortés saludo en lo que me toca, pues soy miembro del colegio de consultores de nuestra diócesis, aunque a decir verdad lo considero del todo inmerecido, pues la “generosidad y entrega” de nuestro “colegio” (en latín "coetus consultorum") se ha reducido a la mínima expresión, limitándose a la elección del Administrador Diocesano, verificada con toda diligencia el pasado 29 de mayo, al día siguiente de tomar Don Amadeo posesión de la diócesis jiennense. Aquella fecha supuso el cenit y el ocaso del mismo "colegio".
Fruto de la Eclesiología del Concilio Vaticano II, contenida sobre todo en Lumen Gentium 28 y Presbyterorum Ordinis 7, nacieron los “Consejos Presbiterales”, organismo obligatorio en todas las diócesis que manifiesta de forma visible la comunión jerárquica entre el obispo y su presbiterio, pues si es al obispo al que se le confía apacentar la porción del Pueblo de Dios de su diócesis, esto no lo puede llevar a cabo sin la colaboración de los presbíteros, “a quienes deberá oír como cooperadores y consejeros” (CIC 384)
Ciertos miembros del Consejo Presbiteral,
elegidos –permítaseme la expresión- “a dedo” por el obispo, forman el
llamado “Coetus Consultorum” (Colegio de Consultores) que no es otra cosas que
un grupo de sacerdotes más reducido que el Consejo Presbiteral, y por ello mas
fácil de convocar para tratar asuntos más reservados, y sobre todo para
garantizar en periodo de sede vacante, el gobierno de la diócesis, una
ordenada sucesión, y dar su opinión en los temas más importantes, pues al
contrario del Consejo Presbiteral, que se disuelve en sede vacante, el Colegio
de Consultores mantiene las prerrogativas que en sede plena corresponden al
primero. Es cierto que el Código de Derecho canónico regula su constitución,
naturaleza y configuración con suma parquedad, (fundamentalmente en un solo
canon), pero sin embargo este "coetus" goza de unas competencias
importantes para el gobierno de la diócesis, ya sea en sede plena (con obispo),
o mientras la diócesis está vacante, como es el caso de la nuestra.
Si esta es la doctrina clara, nacida al
calor del Concilio Vaticano II, y expresada en el directorio “Apostolorum Sucesores”,
la realidad –y hablo desde mi experiencia- ha sido del todo diferente en este
periodo de sede vacante en el que seguimos en nuestra diócesis hasta el próximo
24 junio. Simplemente el "coetus" no ha recibido ninguna misión o encargo
que haya puesto a prueba "la generosidad y entrega" que Don
Ricardo, en su saludo, supone compartida.
Por eso no deja de ser llamativo el que
mientras en los documentos oficiales, directorios, planes pastorales,
homilias... se nos hable hasta la saciedad de una Iglesia que quiere ser
“de comunión”, “sinodal” y “corresponsable”, un periodo de sede vacante
propicie de alguna manera en las diócesis una especie de “vacío” en el que un
administrador diocesano, elegido por sus propios hermanos de presbiterio,
necesite menos “comunión presbiteral” que un obispo que, por derecho, requiere
del consejo de sus presbíteros para el ejercicio de algunas obligaciones de su
alto ministerio, y prescinda de lo que la
Iglesia tiene previsto en su
ordenación jurídica para el bien del Pueblo de Dios, que es la finalidad de
todo gobierno y autoridad en la
Iglesia.
Son aparente contradicciones que a veces hacen poco creíble el mensaje que intentamos transmitir.
De todas maneras, gracias Don Ricardo porque sus palabras confirman que la doctrina sigue vigente tal como algunos creemos que debe ser entendida, y que la Iglesia, al menos en la teoría, quiere seguir siendo un misterio de comunión.
Juan Manuel Miguel Sánchez
Miembro del Colegio de Consultores de la diócesis de Plasencia
Párroco de Santa María de Don Benito
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