jueves, 18 de noviembre de 2021

NUESTRA DIÓCESIS ES "SEDE VACANTE"




Algunas personas cercanas a la vida de la Iglesia y con interés por ella, me han preguntado estos días cual es la situación en la que ha quedado nuestra diócesis, desde que el lunes 15 de noviembre se hizo público el nombramiento de Monseñor José Luís Retana como obispo de Ciudad Rodrigo y de Salamanca.

NUESTRA DIÓCESIS ES SEDE VACANTE

Si uno entra en las páginas web de las diócesis citadas, podrá ver que en su información referente al nombre del obispo de cada una de ellas se dice: obispo electo Don José Luís Retana Gozalo.

“Electo” significa que está ya designado por el Santo Padre aunque falta que se ejecute la elección, cosa que ocurrirá cuando el interesado fije la fecha, que debe ser antes de dos meses desde su elección.

Por el contrario si uno busca información sobre la diócesis de Plasencia, en el apartado “obispo”, encontrará la expresión sede vacante que quiere decir que no tiene obispo propio o "residencial".

DON JOSÉ LUÍS RETANA ES OBISPO ADMINISTRADOR APOSTÓLICO DE PLASENCIA

Efectivamente Don José Luis ya no es obispo "residencial" de Plasencia aunque siga residiendo en su palacio episcopal; pero hasta el día de la toma de posesión de sus nuevas diócesis, la Santa Sede Apostólica le encomienda que en su nombre (de ahí lo de “apostólico”) siga “administrando” la diócesis como  administrador* apostólico

*La palabra “administrador” es un poco confusa (no me gusta), pues actualmente nos suena casi exclusivamente a asuntos monetarios y se puede confundir con la figura del “ecónomo diocesano”, aunque en realidad su significado sea mucho más amplio y abarque todo lo que concierne al gobierno de una diócesis.

QUIEN GOBERNARÁ LA DIÓCESIS HASTA QUE TENGA OBISPO PROPIO

¿Y qué ocurrirá cuando Don José Luis abandone definitivamente Plasencia y ya no sea tampoco obispo administrador apostólico?

Según derecho pueden ocurrir dos cosas:

1ª.-  Que el Santo Padre nombre otro obispo como administrador apostólico mientras siga la sede vacante, que podría ser p.ej. el arzobispo metropolitano (en nuestro caso el de Mérida-Badajoz), un obispo de diócesis vecina, incluso un obispo “emérito” (es decir, jubilado; así ha estado hasta ahora Ciudad Rodrigo).

2º Que la Nunciatura en Madrid, ordene al colegio de consultores* de la diócesis (coetus consultorum) que, en el plazo de ocho días, nombre un administrador diocesano. Esto será lo mas posible pues es lo que se viene haciendo en las sedes vacantes.

*El colegio de consultores es un grupo de sacerdotes diocesanos (no más de doce ni menos de seis), designados por el obispo, de entre los que forman el consejo presbiteral, otro órgano consultivo que hay en todas las diócesis, formado por sacerdotes, elegidos unos por los propios sacerdotes y otros por el obispo directamente.

EL ADMINISTRADOR DIOCESANO SEDE VACANTE

Este colegio de consultores en votación secreta, elegirán un sacerdote que ejerza el gobierno de la diócesis como administrador diocesano, hasta la toma de posesión de un nuevo obispo.

Lo común y frecuente es que se elija para este cargo al que ha sido vicario general. Gobernará la diócesis, como si fuera su "obispo", pero con restricciones encaminadas a tutelar convenientemente el bien de la diócesis y los derechos del futuro obispo, para que en todo momento este sea libre, y no se vea en ningún momento con “las manos atadas” por una hipotética gestión imprudente. Un aforismo clásico del derecho canónico, lleno de sabiduría y experiencia de siglos, dice: “Vacante la sede, nada se debe innovar”.

Las funciones del administrador diocesano sede vacante están muy definidas por el Código de Derecho Canónico; entre las que no puede ejercer son por ejemplo nombrar vicarios, vender bienes raíces de la diócesis, ni remover párrocos sin verdadera necesidad, y si tiene que hacerlo por alguna causa justificada será siempre con el visto bueno del colegio de consultores, que asume en la sede vacante las funciones del consejo presbiteral y del consejo pastoral. Tampoco puede, claro está, ordenar sacerdotes porque no es obispo. Si puede por el contrario administrar la confirmación, pues tiene facultad para ello.

Los únicos cargos que se mantienen “incólumes” en una sede vacante son el de vicario judicial, el ecónomo diocesano (encargado de la economíay el canciller-secretario general.

EL NOMBRE DEL OBISPO EN LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS

Desde el Secretariado Diocesano de Liturgia nos han recordado a los sacerdotes  que en la celebración de la Santa Misa se seguirá nombrando a nuestro obispo José Luis en la plegaria y en la oración de los fieles cuando se pide por el obispo diocesano, y lo mismo en la recitación de la liturgia de las horas; así hasta el momento en que tome posesión de Ciudad Rodrigo y Salamanca, entonces no se mencionará ya ningún obispo como propio. Volveremos a poner nombre y cara al obispo cuando el Santo Padre designe uno y tome posesión. Desde el secretariado también nos invitan a que en las celebraciones litúrgicas –y en la oración personal- elevemos preces al Señor para que conceda cuanto antes un pastor según su corazón a nuestra diócesis.

Si no recuerdo mal, cinco diócesis en España están en parecida situación a la nuestra: Sede Vacante

 

lunes, 15 de noviembre de 2021

NOS QUEDAMOS DE NUEVO SIN OBISPO


 

Esta misma mañana se hacía pública la noticia del nombramiento del que hasta ahora era obispo de Plasencia, Monseñor José Luis Retana Gozalo, como obispo de Salamanca y de Ciudad Rodrigo. El Papa ha decidido, digámoslo así, “ahorrar” un obispo a España, y ha unido “in persona episcopi” –así se dice técnicamente- las diócesis de Salamanca y Ciudad Rodrigo; galimatías de difícil comprensión, al menos visto desde fuera, pues nadie entiende que se gana con eliminar un obispo, manteniendo catedral, cabildo, curia, y seminario, que son las instituciones que dan entidad a una diócesis. Parece que más que una solución, lo que se consigue es complicar la vida de un obispo, que tendrá que asumir el descontento popular de una porción de sus diocesanos, a los que ha caído como jarro de agua fría la nueva situación (tampoco tan nueva para Ciudad Rodrigo), y agregar en su haber kilómetros de coche y carretera, y reduplicación de celebraciones.

Plasencia queda de nuevo huérfana de pastor. Vuelve otra vez la sede vacante, el administrador diocesano, la suspensión prácticamente de la vida administrativa (pastoralmente hablando) que quedará reducida por derecho a lo imprescindible,  la espera -mínimo un año visto lo visto- entre dimes y diretes sobre el posible candidato, los fastos de la consagración, que imagino suponen un pico a la diócesis, los discursos de buenas intenciones, conocer al nuevo obispo, y a sus vez que el obispo sea conocido… ¡Otra vez!  Al final, la repetición de acontecimientos de este tipo, deja de ser novedad para convertirse en rutina.

He conocido ya muchos obispos en Plasencia: Después del casi eterno Dr. Zarranz y Pueyo (veintisiete años obispo, el último fallecido como obispo de Plasencia y enterrado en su catedral),  el de mis años de seminaristas fue Don Antonio Vilaplana Molina, al que sucedió Don Santiago Martínez Acebes, que me ordenó diácono, y que muy pronto fue promovido a la archidiócesis de Burgos, haciéndose cargo de Plasencia Don Carlos López Hernández; este, que marchó también a Salamanca, dejó la silla pontifical a Don Amadeo Rodríguez Magro, que la cedió al tomar posesión de Jaén al que ahora marcha, de brevísimo pontificado (cuatro años  y cinco meses si no calculo mal) con una pandemia de por medio. Breve, demasiado breve.

Nunca he sido amigo de aquello de desvestir un santo para vestir otro, y no entiendo que haya que “desarmar” una diócesis para “armar” otra. ¿No hay ningún sacerdote en el clero español, cualificado, conciliador, prudente, que hubiera podido asumir la nueva configuración de la mitra salmanticense-mirobrigense?

Respetando y acatando filialmente la autoridad de la Iglesia, como no puede ser de otra manera, pero expresando mi opinión, creo que este ir y venir de obispos contribuye muy poco al prestigio del orden episcopal, y menos aún a la estabilidad de la vida diocesana, en diócesis de por sí ya muy empobrecidas.

Este constante ir y venir de obispos hace que se pierda entre el pueblo fiel la concepción católica de lo que debe ser un obispo: Un padre, un verdadero “patriarca” de su diócesis. 

Es cierto que la “bula papal”, documento redactado en latín y hermosamente caligrafiado,  que determina que un sacerdote sea ordenado obispo para una Iglesia local, da al obispo unos derechos y unas obligaciones, le hace verdadero “administrador” y “cabeza” de esa Iglesia; pero el título de “padre” no viene automáticamente con la “bula”, se lo tiene que ganar a pulso, con los años, viviendo entre su pueblo, formado por el presbiterio, la vida consagrada y los laicos; eso, y solo eso, le granjearan el cariño de todos sus diocesanos, para ser un verdadero obispo-padre-pastor.  Pero cuando no se da “tiempo” suficiente para que esto ocurra, cuando llevan a un obispo de diócesis en diócesis, de “ascenso” en “ascenso”, cuando el episcopado se convierte en una especie de funcionariado eclesiástico, entonces, en igual proporción, mengua la estima del pueblo, que acaba viendo en el obispo una especie de directivo al estilo del mundo empresarial. Y no digamos cuando se deja a una diócesis largo tiempo sin su prelado (casi dos años lleva la vecina de Coria-Cáceres sin él), dando lugar a la impresión que los obispos son una figura prescindible, que al final nadie echa en falta.

Deseo a Don José Luis, en nombre propio y en el de toda esta parroquia de Santa María de Don Benito,  un fecundo pontificado en su nuevo ministerio, que imagino no será fácil, pues Ciudad Rodrigo, que tanto ha reivindicado desde todos los ámbitos sociales -en la iglesia de las periferias- su permanencia como diócesis “normal”, al final no ha sido atendida como le hubiera gustado, y esto le supondrá al obispo una dificultad añadida, que tendrá que suplir con mucha dedicación, mucha paciencia, mucho amor a la cruz,  y mucho cariño. De todo eso él tiene de sobra. Y ojalá que, si Dios quiere y la Sede Apostólica lo considera oportuno, cuente con el “tiempo” necesario para poder llegar a ser un verdadero padre y pastor de sus nuevas diócesis.


Juan Manuel Miguel Sánchez

jueves, 11 de noviembre de 2021

ITE AD JOSEPH (Id a José). CON MOTIVO DE LA CLAUSURA DEL "AÑO DE SAN JOSÉ"

El pasado 8 de diciembre, con la carta apostólica Patris Corde, el Papa Francisco nos convocaba a un “Año de San José” .

La ocasión venía dada al cumplirse el 150 aniversario de la declaración de San José como Patrón de la Iglesia Universal, efectuada por el papa Pio IX, el 8 de diciembre de 1870.

A lo largo de este año hemos intentado, en nuestra parroquia, llevar a cabo el deseo del Papa de diversas maneras: La imagen de San José  ha estado colocada en lugar destacado, los miércoles hemos celebrado la misa votiva en su honor (los días que la liturgia lo ha permitido) con predicación alusiva, rezando sus letanías como conclusión del rosario mariano. Especial realce hemos dado a los “Siete Domingos” -que ya eran práctica habitual- y a sus dos fiestas litúrgicas (19 marzo y 1 de mayo).

Nos disponemos ahora a clausurar el “Año de San José” con una “Semana Josefina”, como corona y colofón de un año que, como deseaba el Papa, nos ha servido para caer mas en la cuenta de la importancia de la entrañable figura del que fue tenido en la tierra por padre de Jesús, y verdadero esposo de la Virgen María.

Vayamos pues a  San José, con la seguridad teresiana de que “no me acuerdo haberle suplicado nada que no me lo haya concedido”.