jueves, 30 de septiembre de 2021

¡GLORIA A LOS MARTIRES!


Se cumple hoy, 30 de septiembre , el 85 aniversario del martirio del que fuera arcipreste de Don Benito y párroco de Santa María.

Don Benedicto Barbero Bermejo, nació en la villa cacereña de Serradilla el 15 de abril de 1879, en un hogar profundamente cristiano.

Sintió desde muy niño la vocación sacerdotal y cuando en su familia quisieron disuadirle, para ponerle a prueba, respondió con firme resolución: “O estudio para sacerdote o no estudio carrera alguna”.

Cursó sus estudios sacerdotales en los seminarios de Coria y Plasencia, y habiendo obtenido la licenciatura en Teología en la facultad de Salamanca, fue ordenado sacerdote el 24 de mayo de 1902.

Desempeñó sucesivamente los ministerios de párroco en Cristina, coadjutor en Miajadas y vicerrector del seminario diocesano de Plasencia, donde dejo honda huella por su competencias y extraordinarias virtudes evangélicas.

En 1919 obtuvo por oposición la parroquia de Santa María de Don Benito, la mas densa en feligreses de la diócesis de Plasencia. Su austera figura de hombre entregado, de bondad rebosante, dispuesto a darlo todo por sus feligreses, fue causa de admiración, estima y veneración popular.

El 23 de julio de 1936, a requerimiento del alcalde, y después de celebrar la última misa entregó las llaves de su querida parroquia, y fue confinado en su domicilio. Desde allí escribió a sus familiares “...yo no pienso abandonar esto pase lo que pase”, frase que revela el deseo de aceptar el martirio con la valentía del buen pastor que quiere dar la vida por sus ovejas.

El 6 de septiembre fue llevado a la cárcel común. Por el respeto y veneración que inspiraba, los mismos milicianos le sugirieron la idea de que se ocultase, y que ellos cumplirían la misión diciendo sencillamente que no estaba en casa, pero rechazó la propuesta diciendo: “Yo debo hacer lo mismo que hizo mi Divino Maestro”.

En la cárcel sufrió con serenidad impresionante los ultrajes que le causaron, gracias a la fortaleza acumulada en su vida de intensa oración. Incomunicado un tiempo en una pequeña celda, siempre que hacían la inspección le encontraban de rodillas, con la vista elevada al cielo, abstraído de lo que pasaba alrededor suyo. Uno de los carceleros aseguró que en una ocasión al entrar en la celda de madrugada, lo halló levantado del suelo, en el aire, arrodillado con actitud orante.

El 30 de septiembre de 1936, fue el día señalado para el holocausto. Junto con otros cuatro sacerdotes y numerosos seglares fue llevado al paredón de fusilamiento por su condición de sacerdote, pues ningún otro crimen le podían imputar. Bien lo sabían sus verdugos, cuando al pasar cerca del Hospital de la Cruz roja, le ofrecieron ser ingresado en él, en un último intento de salvarle la vida; pero una vez mas su voluntad estaba decidida a apurar el cáliz y respondió: “Me voy con mis compañeros, que ahora me necesitan mas que nunca”.

En las tapias del cementerio recibió la descarga mortífera que acabó con su vida. El cadáver fue hallado separado de los demás, incorporado en un ángulo de los muros del camposanto, con el rosario pendiente de sus manos sacerdotales en una última plegaria a la Virgen de las Cruces. Había consumado la sangrienta misa de su propia vida y ofrenda.

El proceso de beatificación de Don Benedicto Barbero Bermejo y compañeros mártires, fue incoado en la diócesis de Plasencia el 23 de mayo de 2016.

viernes, 24 de septiembre de 2021

NO OLVIDEMOS LA SALUD DEL ALMA


Esta mañana el carpintero ha estado "poniendo al día" el confesionario: Cepillando las puertas que arrastraban y hacían un ruido molesto, asegurando los apoyabrazos, engrasando las bisagras que chirriaban, colocando en las rejillas tela homologada de mascarillas.

El confesionario es uno de los "espacios celebrativos" del templo. Por eso, en el rito de la toma de posesión del nuevo párroco, es uno de los lugares que el obispo, o bien su delegado, le "entregan" como símbolo de sus tareas ministeriales, con estas palabras rituales: "En este lugar el Señor, a través de tu ministerio, realizará maravillas. Cuida, pues de reconciliar con Dios a los fieles que después del bautismo hayan recaído en el pecado, y a aquellos que acudan a ti deseando convertirse mas plenamente a Dios". 

También el Código de Derecho Canónico, en el número 964/2 legisla sobre el lugar de la penitencia: "Por lo que se refiere a la sede para oír confesiones, la Conferencia Episcopal dé normas, asegurando en todo caso que existe siempre en lugar patente confesionarios previstos de rejillas entre el penitente y el confesor, que puedan utilizar libremente los fieles que así lo deseen". Y en el apartado 3 del mismo canon dice: "No se deben oír confesiones fuera del confesionario,  si no es por justa causa". 


Desde que comenzó la pandemia no había vuelto a sentarme en el confesionario, utilizando como lugar para el sacramento de la penitencia la capilla de la Divina Misericordia, junto al presbiterio,  espacio mas amplio y ventilado, para aquellas circunstancias en que la prudencia recomendaba toda clase de precauciones.

La capilla tenia sus ventajas e inconvenientes para cumplir este cometido. Un inconveniente serio son las tres escaleras que, para las personas mayores, son todo un reto y ¡un peligro!; por esta razón, y por otras, y sobre todo porque el confesionario es el lugar propio de la penitencia,  me he vuelto de nuevo a él, una vez pasada la fase virulenta de la pandemia;  y allí sigo, con toda precaución,  con mi costumbre diaria de ofrecer a los fieles la posibilidad de reconciliarse, mientras se reza el Rosario o está expuesto el Santísimo. Unas veces hay mas penitentes, otras alguno, a veces ninguno, pero yo aprovecho ese tiempo para rezar el rosario, leer algún libro de espiritualidad, de los varios que tengo siempre en el confesonario, o simplemente para meditar o rezar en silencio.

Creo que estar allí no es ni mucho menos un "tiempo perdido". Muy al contrario, quizás sea el tiempo mas ganado de la vida ministerial, pues la misión principal de un sacerdote es llevar las almas al cielo, pues "¿de que sirve ganar el mundo, si se pierde el alma?" ( Mt 16, 26) 


Antes de comenzar la pandemia, cuando la misa de las 12 se  llenaba de niños, apretujados como sardinas en lata en los primeros bancos, en una de ellas -creo era cuaresma- en la que se leyó Evangelio del Hijo Prodigo, en la homilía, aproveche para explicar "a los niños" (te lo digo Juan para que lo entiendas Pedro) que, hoy, esa parábola sigue haciéndose realidad cada vez que un fiel, contrito y arrepentido, se acerca al confesionario y dice "bendígame padre, porque he pecado"; para "escenificar" aquella predicación y captar la atención de los niños,  llevé en una especie de "procesión", y coloqué en el confesonario, un cuadro alusivo, que allí sigue al día de hoy, para recordarme a mi, y a quien lo mira que Dios no se cansa nunca de esperar y perdonar, porque es la misericordia infinita.

Ya sé, que no está de "moda" confesar ni confesarse, y que, como dicen algunos, el confesionario se ha cambiado por la consulta del psicólogo (aunque no esté yo muy de acuerdo en esta afirmación, porque son cosas muy distintas). Pero acudir a este sacramento cuando se necesita porque se ha pecado gravemente, o llegarse a él con alguna establecida  frecuencia como "medicina del alma", sigue siendo indispensable para progresar en el camino de la vida cristiana.  

Cuando hoy la fe y la practica religiosa están en unos niveles tan alarmantemente bajos, habría que revisar que trato estamos dando a este sacramento, que es esencial para la "salus animarum", y cual es la practica pastoral en las parroquias respecto a él; pues tengo para mi que, en demasiados lugares de culto, es imposible encontrar un confesor sentado en el confesionario; y me da la impresión que con tantos "geles" y medidas higiénicas, y con tanta fuerza como se pone hoy en las iglesias en advertir de la necesidad de "cumplir todas las medidas sanitarias" -aburrida y rutinaria coletilla omnipresente en todos los prospectos- se nos haya olvidado que el alma también necesita sus cuidados, y que de nada sirve ganar el mundo, si se pierde el alma.

miércoles, 1 de septiembre de 2021

SE BUSCAN ADORADORES

 

Desde hace varios años, y siguiendo los consejos del papa Francisco, hemos tenido la iglesia abierta todas las mañanas (por la tarde ya lo estaba siempre de 18.00 a 21.00) .

Cuando empezamos, lo que llamamos entonces “Puertas Abiertas”, fue gracias a un grupo numerosos de voluntarios, que se comprometieron a estar en la iglesia turnos de media hora, para que no estuviera sola en ningún momento.


La pandemia, las enfermedades, la edad de muchos de los voluntarios han hecho que los turnos se hayan ido quedando con muchos “huecos”, y es por lo que vemos necesario rehacerlos de nuevo.

Para eso hemos puesto una hoja en la iglesia, de tal modo que la personas que deseen participar en este voluntariado se apunten de nuevo, y podamos garantizar que la iglesia no queda sola en ningún momento. Lo ideal es que haya dos personas por lo menos en cada turno.


Estoy convencido del todo que este “apostolado de la oración” es, siempre, pero más en este momento, el más importante y efectivo de todos los apostolados parroquiales.

¿No seremos capaces, en una parroquia tan grande, de conseguir que queden, de nuevo, cubiertos todos los turnos?

¡Animo, que media hora se pierde en cualquier cosa, y en la iglesia delante del Santísimo Sacramento es media hora que se gana para el cielo! No hay tiempo mejor empleado que el de la adoración.