lunes, 13 de marzo de 2017

DIA DEL SEMINARIO


A lo largo del año la Iglesia celebra diversas campañas o jornadas; el fin de todas es parecido: concienciar, conocer y apoyar espiritual y –en ocasiones-  materialmente aquello que se pretende promover.

En torno a la fiesta del San José, en la mayoría de las diócesis de España, se celebra el “Día del Seminario”, para concienciar al pueblo fiel de la necesidad de vocaciones sacerdotales, conocer la institución que las forma, y apoyar espiritual y económicamente  a la comunidad del seminario, para que puede mantener su misión con dignidad, y tengamos “santos y sabios sacerdotes”, como cantamos cada jueves en nuestra parroquia.

La crisis vocacional que afecta a toda la Iglesia, especialmente en occidente, no es ajena a nuestra diócesis que cuenta tan solo con tres seminaristas mayores (menor solo uno). Me parece que debe ser por este motivo –entre otros seguramente- que la campaña “del seminario”  ha perdido en los últimos años  vitalidad y, sobre todo, “visibilidad”, pues los seminaristas dejaron hace años de hacerse presentes en las parroquias, como era tradicional en el mes de marzo, para hablarnos del seminario y dar testimonio de su vocación y así, sacerdotes y fieles, pudiéramos poner cara concreta a los jóvenes vocacionados por los que rezamos, serán nuestros pastores en el futuro, y a cuya formación contribuimos económicamente.

Desde hace años la “Campaña Vocacional” en nuestra diócesis ha quedado reducida poco mas o menos a un cartel y a una colecta. Yo pongo toda la ilusión que puedo en esta campaña: El cartel en el tablón de anuncios, exhortación sobre la necesidad de vocaciones, de la oración por esta intención... pero me fijo menos en el “sobre”, pues pienso –quizás equivocadamente- que a menos seminaristas menos necesidades económicas y que, hoy por hoy, lo importante en este tema es “echar”en el sobre  “alguna vocación”, pues sin ellas el dinero no sirve mas que para mantener en pie un edificio muy bonito, magníficamente restaurado,  con hermosas salas de bóvedas para actos culturales, pero que para nada es útil a la diócesis si está vacío de seminaristas. Y así se lo digo a mis feligreses, invitándoles con frecuencia a orar por el “aumento de vocaciones religiosas, sacerdotales y misioneras”, que hoy por hoy es lo mas necesario en este tema, unido a una “cultura vocacional” en todos los ámbitos de la pastoral.


Hoy mismo (13-3) he recibido en la parroquia el material de la campaña del “Día del seminario” del presente año. Una vez mas pondré los carteles, los sobres para la colecta en la mesita de la entrada de la iglesia, hablaré del seminario... ¡pero seguiré echando de menos la presencia de muchachos ilusionados con su vocación, que contagien la alegría de la entrega a Jesús en su Iglesia!, pues esa es la mejor campaña vocacional. Y es por todo esto que se me ocurre a mi que, mientras dure este invierno vocacional que padecemos en nuestra diócesis, lo que habría que hacer  es dar la vuelta a la tortilla, y si el seminario no puede venir a las parroquias por el escaso número de seminaristas (supuesto que este sea el único motivo)  al menos,  una de las cosas que tendría que hacer el seminario, como parte del plan vocacional, es fomentar la amistad con los sacerdotes –con todos- ayudarles en cuanto pueda, establecer con ellos relaciones tan cordiales que puedan considerar al seminario como a la gran casa de familia, que merece su amor y su entrega, porque en ella se educaron para el sacerdocio, y en ella han de seguir educándose los jóvenes que continuarán mañana la misión sagrada que ellos realizan ahora.
De seguir por el camino que vamos el seminario cada día estará mas desvinculado de la vida de las parroquias, de los sacerdotes, del pueblo de Dios, que acabará por pensar que esa institución ya no existe, o que no es necesaria porque que los sacerdotes “caen del cielo”, o que con “importarlos” de otras partes del mundo tenemos solventando el que en todas las parroquias haya misa el domingo, y así nadie proteste en el obispado porque en su pueblo no suenan las campanas.

Roguemos al dueño de la mies que envíe sacerdotes al campo de la Iglesia, y que nuestro repristinado seminario se vea repleto de muchachos que den sentido a cuanto la diócesis ha invertido, sin escatimar, en infraestructura; de jóvenes que llenen de alegría y frescura sus muros atrayendo así a otros, (pues un lugar mortecino y vacío no atrae la vida),  y sobre todo que asegure que a nuestras diversas comunidades parroquiales no les faltará en un futuro el Pan de la Palabra y de la Eucaristía, garantía de pervivencia y vitalidad cristiana. Lo demás, sin esto, no son mas que fuegos artificiales.



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