Una reunión numerosa con un Obispo de la Iglesia; uno de
los asistentes se dirige a él; se ve que le tiene cariño y, como quien está
dispuesto a todo, le pregunta:
- ¿Qué quiere que recemos por usted cada día?
El Obispo prefiere hacerse el sordo, pero la insistencia
le obliga a contestar:
- "Un acordaos".
Aquél, que estaba dispuesto a cualquier cosa, por difícil
que fuese, se sintió como defraudado, pues le parecía poco. El Obispo leyó en
la cara de aquel joven su desilusión y añadió:
- ¿Te parece escaso? ¡Qué poco valoras la oración vocal!
Con una sola oración a la Virgen, si tenemos fe, hacemos
mucho por quienes queremos. Madre, ayúdame a valorar cada oración. Si llamo por
teléfono a un amigo dándole un recado, sé que me ha oído y que, si puede, lo
hará. Cada vez que te digo algo, que te rezo un Acordaos, es -¡por lo menos!-
como si te llamara por teléfono: Tú me escuchas y me haces caso.
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