En 1808 el ejército napoleónico entró en la pequeña
localidad de Guadix. Alarcón relata algunos sucesos ocurridos en su pueblo.
Éste entre otros:
"El general recibe noticias de boca del jefe de la
expedición.
- ¿Cuántos prisioneros traéis? -Le pregunta-.
¡Necesitamos ahorcarlos para que escarmienten los demás pueblos del partido!
- Sólo traigo dos: un viejo y un muchacho ¡En toda la
villa no encontré más enemigos!-responde el jefe bajando los ojos.
Entonces el general no puede menos de admirar la actitud
verdaderamente antigua, clásica, espartana de aquellos montañeses. Pero con todo,
insiste en que sean ahorcados los dos débiles prisioneros... Nuestros padres
nos han referido muchas veces de aquella ejecución... Pero nosotros la
contaremos rápidamente ... Son de índole demasiado feroz para que la pluma se
detenga en su relato. Ataron una soga al cuello del niño, y lo arrojaron desde
un mirador de la casa del ayuntamiento a la plaza mayor del pueblo. Rompióse la
soga, que sin duda era vieja, y el niño cayó contra el empedrado. Anudaron la
parte rota, tornaron a subir a la pobre criatura, colgáronlo de nuevo, y la
soga se volvió a romper.
El niño quedó en el suelo sin poder moverse. No había
muerto pero todas sus costillas se habían roto. Entonces un oficial de
dragones, conmovido al mirar que se pensaba en colgarlo por tercera vez, llegóse
al infeliz... y le deshizo la cabeza de un pistoletazo. Saciada de este modo,
al menos por aquel día, la ferocidad de los vencedores, dignáronse perdonar al
anciano enfermo, el cual había presenciado toda la anterior escena acurrucado
al pie de una columna, esperando a que le llegase su vez de ser ahorcado.
Diéronle, pues libertad, y el pobre viejo salió de la
plaza corriendo y tambaleándose, y tomó el camino de su pueblo, donde murió de
tristeza aquella misma noche.
¡El niño asesinado... era su hijo!"
¡Pobre niño y pobre viejo! Quizá nos podamos haber
acostumbrado al drama de la cruz ¡Pobre Jesucristo y pobre María!
Madre mía, que no me acostumbre a ver crucifijos; que no
me acostumbre a vivir la Misa como si allí no ocurriese nada, como si nadie sufriese
en ella. Ayúdame a ser generoso e ir a Misa con toda la frecuencia que me sea
posible: ¡que necesite la Misa!
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