La lucha contra el enemigo externo es sencilla y evidente. Hay ataques frontales a la Navidad que uno pesca a
nada que se fije un poco. Que haya personas, las patéticas “femen” que
intenten secuestrar al niño Jesús en el Vaticano al grito de “Dios es mujer” es
un ataque que como tal entiende el más lerdo.
Hay otros ataques muy conocidos aunque
socialmente aceptados. Ya sabemos que la Navidad no es consumo,
ni derroche, ni anti ácidos a la mañana siguiente. Todos lo decimos, todos
consumimos, y comemos y bebemos más de la cuenta. Se sabe. Poco problema,
aunque ya lo es reducir el
nacimiento del Hijo de Dios a una explosión de luces, cantos y frenesí
comercialde donde lo religioso simplemente ha desaparecido de forma
callada. Anda que no es complicado ver un belén en un centro comercial o no
digamos algo mínimamente evocador de lo religioso en la decoración navideña de nuestras
calles. Con todo, no es lo que más me preocupa. Cosas de la sociedad de consumo
y punto.
Lo que me toca
el corazón es que los mismos
creyentes estemos cargándonos la Navidad a base de convertirla no en una fiesta
de Cristo, sino en una fiesta del hombre. Me explico.
Vengo
predicando, desde el cuarto domingo de adviento, varias cosas. El cuarto
domingo quise hacer hincapié en la segunda lectura para insistir en que Cristo se hace hombre y nace en Belén para llevar a todos los hombres a la obediencia de la
fe. Es decir, Cristo nace para que todo se reconvierta a Él y
todo se vuelva a reordenar según Cristo. Lo que el pecado original deshizo,
Cristo lo recompone. El mundo se
recompone, se hace nuevo solo en la medida en que todos los hombres nos volvemos
a Cristo y vivimos según sus mandatos.
Los textos de la misa del día de Navidad, especialmente
la carta a los hebreos y el prólogo de Juan hablan de revelación. Yo decía a
mis feligreses, a la gente de mis pueblos, que eso significa que todo lo que Dios quiere decirnos para nuestra
salvación, todo lo que tenía que comunicarnos, está en Cristo, la voz definitiva
de Dios. En consecuencia, el
evangelio, la palabra de Cristo no es una teoría más, es la misma voz de Dios.
Navidad es mirar a Cristo recién nacido,
contemplar su gloria, comprender que en Cristo y solo en Cristo está la
revelación de Dios, y acoger su Palabra como la voluntad de Dios para el hombre
y el mundo. Cristo
nacido en Belén es Palabra, es revelación. Cristo dado, muerto y resucitado es
gracia, es don de Dios para que podamos convertir el corazón y entregarnos del
todo al Padre. Navidad es Cristo.
Me produce tristeza encontrar en la Iglesia, con
demasiada abundancia, la conversión
de la Navidad en la fiesta de la exaltación del pobre, con una cuasi adoración
del ser humano. Escalofríos me produce cada vez que veo un belén
convertido en belén simbólico con el refugiado, el de la patera, los alimentos
de Cáritas. Desazón reducir la
Navidad católica a un genérico Navidad es compartir, es ser solidario,
es la fiesta de los desheredados.
No. Navidad es la fiesta de Dios nacido
hombre por nosotros. Es la fiesta de la revelación definitiva de Dios en su
Verbo. Es el inicio de un reconvertir todo en Cristo. Y no se preocupen de más, que si
todos nos reconvertimos a Cristo lo de los pobres va solo.
Es como si
tuviéramos miedo a enfrentarnos cara a cara con el misterio de Dios y
manifestar al mundo su grandeza, muchos no lo recibieron ¿recuerdan?, y
entonces nos es mucho más amable y comprensivo para el mundo marcar la
solidaridad. Pero a mí me parece que no es eso.
Jorge González Guadalix
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