martes, 29 de diciembre de 2020

IN MEMORIAM



El día de Nochebuena me sorprendió la noticia de la muerte de Rosario Cordero Martin -Charo- , que actualmente era la presidenta de la Excma. Diputación Provincial de Cáceres, y desde hace muchos años alcaldesa de Romangordo, de donde viene mi amistad y relación con ella, pues serví como párroco a esa feligresía, que se acoge a la titularidad de la mártir Santa Catalina de Alejandría, durante siete años, en concreto desde el 2000 al 2007.

Llegué a Romangordo cuando el templo parroquial había sido reabierto después de una larguísima “restauración” de varios años que, paradójicamente, dejó grandes, “grietas”, tanto en lo material como en lo espiritual.

En la obra material, por las profundas carencias de la desafortunada intervención, que para nada fue fiel al ambicioso proyecto trazado por los técnicos de la Junta de Extremadura, que fue quien financió y dirigió la obra, en orden sobre todo a salvar los magníficos artesonados mudéjares de los siglos XV y XVI, rarísimo ejemplar de cubierta de madera, yo diría casi único en nuestra región.

En lo espiritual, años de “mínimos” en la vida parroquial a consecuencia del templo cerrado, y la actividad reducida al culto dominical, celebrado en un local, con lo que eso implica de provisionalidad. No obstante, tengo que decir en honor a la verdad que lo esencial se había mantenido, gracias a la religiosidad probada de la recordada feligresía de Romangordo, amante, como pocas he conocido, de sus tradiciones y de su patrimonio de fe, de piedad y de costumbres, conservado a pesar de los avatares comunes a las pequeñas poblaciones (emigración, falta de sacerdote residente, ausencia de niños…).

Pero allí estaba Charo, “la alcaldesa”. Desde el principio hubo entre ella y yo una “conexión” de intereses, pues cada uno, desde nuestro ámbito propio, no teníamos otro afán que el bien de Romangordo; ella el del pueblo, y yo el de la parroquia, que prácticamente vienen a coincidir en nuestras realidades concretas, porque, al menos nominalmente, casi todos los habitantes de nuestros pueblos son católicos y se consideran “feligreses” de la parroquia.

En un pueblecito pequeño la parroquia tiene un peso específico grande, como aglutinadora de muchos ámbitos de la vida, o al menos aún lo tenía en aquellos años.  Charo era consciente de lo que una parroquia viva podía suponer para el conjunto de los habitantes de su pueblo, y para ella misma, pues además de alcaldesa, era una buena feligresa. Por eso, en su “plan” para sacar a flote a su querido Romangordo (dar a conocer su nombre y sus bondades, crear puestos de trabajo que acabasen con la sangría de la emigración y del abandono de la España rural, niños que llenasen de alegría casas, calles y plazas, bienestar para los mayores…) nunca vio  la parroquia como algo ajeno al pueblo, sino muy al contrario, se sintió antes que nada hija de su parroquia a la que quería entrañablemente, y procuró, en lo que estaba a su alcance, todo lo que pudo para que el edificio de la iglesia, el más singular del pueblo, el más frecuentado, y el más sentido como propiedad de todos, estuviera lo más digno posible. Esto se tradujo – en el tiempo en que yo estuve al frente de la parroquia, que es del que hablo- en muchos detalles, quizás el más sobresaliente la dotación de los nobles bancos de El Parral, que vinieron a sustituir a las incómodas “bancas”. Sabedora de cuanto me gustaba a mí la tradición del Belén, adquirió –detalle de finura y cariño que yo agradecí mucho- un buen número de figuritas de muy buena calidad, algunas mecanizadas,  con las que cada año construíamos un bonito nacimiento, centro de la Navidad, en torno al cual se cantaban los preciosos villancicos que yo no he oído nunca más en otros sitios, y que forman parte del “patrimonio inmaterial” de Romangordo, que no poco debe en este apartado a la labor del Padre Ángel Barquilla (q.e.p.d.), benemérito religioso agustino, hijo del pueblo.

Pero no solo a lo material se redujo su colaboración con la parroquia, pues también las festividades religiosas propias del pueblo contaron siempre con el apoyo de la alcaldesa. A mi iniciativa se debió “restaurar” la fiesta del Cristo en septiembre, prácticamente perdida, pero ella la incentivó extraordinariamente con elementos de carácter popular para que todos la viviesen y participasen. Y nunca faltaron desde el ayuntamiento por ella presidido, los elemento que dan tono festivo a las celebraciones religiosas de nuestros pueblos, como son banda de música, coros, cohetes… y mesa para compartir comida y, sobre todo, amistad entre vecinos, elementos que no faltaron ni en San Blas, ni en la Pascua Florida, ni en Santa Catalina. Con gusto especial preparaba la fiesta de la Virgen de Guadalupe que cada año reunía por turno en un pueblo a las poblaciones de la antigua Campana de Albalat (Casas de Miravete, Higuera y Romangordo), para celebrar a la Patrona de Extremadura en el día de la comunidad autónoma.

Todo ha venido a mi memoria al conocer la noticia de su muerte, y no quiero dejarlo en el tintero, en homenaje a ella y a su querido (y mío también) Romangordo. No se me olvidan las palabra que, parafraseando la historia bíblica de José en Egipto, me dirigió en mi despedida de la parroquia Don Manuel Prieto Ramiro:  “Han sido siete años de vacas gordas y espigas granadas”. Lo fueron, ciertamente, pero parte de aquellos años de “bonanza” para la parroquia,  se deben sin duda a Charo.


Como recuerdo, el ayuntamiento me obsequio el día de la despedida con un lienzo pintado al óleo, que conservo con mucho cariño en mi casa. Es una vista de la Plaza de España, reformada y reordenada durante el mandato de Charo, con el adorno de los grupos escultóricos en bronce, que representan a niños jugando. Alguien me dijo una vez, que hubiera sido más propio haber tomado la plaza desde un ángulo en el que destacara la iglesia parroquial, edificio más singular y característico que los reflejados en la pintura. Pero todo tiene su historia, y la plaza está vista precisamente desde la puerta de la iglesia, pues Charo quiso que yo contemplara siempre Romangordo, desde la parroquia, como cuando iba o venía, entraba y salía a ejercer mi ministerio, con el eco silencioso de aquellos niños juguetones de bronce, que yo había ponderado en una homilía de las fiestas de San Blas, como un deseo y un sueño de tiempos de crecimiento y progreso para Romangordo.

En estos años me he alegrado mucho cuando por la prensa he tenido noticias de Romangordo y de todas las iniciativas que se han llevado a cabo desde la municipalidad hasta llegar a colocar su nombre en un lugar de referencia en Extremadura. Me alegré mucho cuando supe que Charo había sido elegida presidenta de la diputación provincial. Sabía que llegaba a ese lugar de referencia de los municipios, una “política” en el pleno sentido etimológico de la palabra, que define con exactitud esa noble profesión (hoy tan manchada por algunos), pues política viene del griego “polis”, que significa ciudad, y “político” es –debe ser- el que está al servicio de la “polis”, es decir, de la ciudad y de sus ciudadanos. Y eso ha sido Charo, una política enamorada de su pueblo antes que de unas siglas,  buscadora infatigable del bien de su pueblo sin distinción, y por eso me consta que ha sido ampliamente querida por todos, sin diferencias ideológicas, y su muerte llorada de verdad.

La relación con Charo, una vez que yo dejé Romangordo se reducía prácticamente a un saludo afectuoso en Guadalupe cada 8 de septiembre, donde ella acudía, en virtud de su cargo, a representar a los municipios de la provincia de Cáceres ante su patrona, como presidenta de la diputación. Este año la eché en falta, imagino que la causa era ya la enfermedad que la ha llevado a la muerte, y de la que yo no tenía noticia. Por razones evidente de mis obligaciones pastorales, máxime en día tan señalado, no pude acudir a su entierro como hubiera sido mi deseo; por eso quiero que estas líneas, escritas torpemente a vuelapluma, lleven mi condolencia a su familia y al pueblo de Romangordo, y con el pésame el sufragio de la oración, que es en realidad, lo único que ya le será útil, a ella y a su familia.

Descanse en paz, porque sus obras la acompañan, la Excma. Sra. Dña. Mª del Rosario Cordero Martín, Presidenta de la Diputación provincial de Cáceres y Alcaldesa de Romangordo.

 

Juan Manuel Miguel Sánchez

Párroco de Santa María, de Don Benito

Párroco que fue de Santa Catalina, de Romangordo

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