El día de Nochebuena me sorprendió la noticia de la muerte de Rosario Cordero Martin -Charo- , que actualmente era la presidenta de la Excma. Diputación Provincial de Cáceres, y desde hace muchos años alcaldesa de Romangordo, de donde viene mi amistad y relación con ella, pues serví como párroco a esa feligresía, que se acoge a la titularidad de la mártir Santa Catalina de Alejandría, durante siete años, en concreto desde el 2000 al 2007.
Llegué a Romangordo cuando
el templo parroquial había sido reabierto después de una larguísima “restauración”
de varios años que, paradójicamente, dejó grandes, “grietas”, tanto en lo
material como en lo espiritual.
En la obra material, por
las profundas carencias de la desafortunada intervención, que para nada fue
fiel al ambicioso proyecto trazado por los técnicos de la Junta de Extremadura,
que fue quien financió y dirigió la obra, en orden sobre todo a salvar los
magníficos artesonados mudéjares de los siglos XV y XVI, rarísimo ejemplar de
cubierta de madera, yo diría casi único en nuestra región.
En lo espiritual, años de
“mínimos” en la vida parroquial a consecuencia del templo cerrado, y la
actividad reducida al culto dominical, celebrado en un local, con lo que eso
implica de provisionalidad. No obstante, tengo que decir en honor a la verdad que lo esencial se había mantenido, gracias a la religiosidad probada de la recordada
feligresía de Romangordo, amante, como pocas he conocido, de sus tradiciones y
de su patrimonio de fe, de piedad y de costumbres, conservado a pesar de los avatares
comunes a las pequeñas poblaciones (emigración, falta de sacerdote residente, ausencia
de niños…).
Pero allí estaba Charo,
“la alcaldesa”. Desde el principio hubo entre ella y yo una “conexión” de
intereses, pues cada uno, desde nuestro ámbito propio, no teníamos otro afán
que el bien de Romangordo; ella el del pueblo, y yo el de la parroquia, que
prácticamente vienen a coincidir en nuestras realidades concretas, porque, al
menos nominalmente, casi todos los habitantes de nuestros pueblos son católicos
y se consideran “feligreses” de la parroquia.
En un pueblecito pequeño
la parroquia tiene un peso específico grande, como aglutinadora de muchos
ámbitos de la vida, o al menos aún lo tenía en aquellos años. Charo era consciente de lo que una parroquia
viva podía suponer para el conjunto de los habitantes de su pueblo, y para ella
misma, pues además de alcaldesa, era una buena feligresa. Por
eso, en su “plan” para sacar a flote a su querido Romangordo (dar a conocer su
nombre y sus bondades, crear puestos de trabajo que acabasen con la sangría de
la emigración y del abandono de la España rural, niños que llenasen de alegría
casas, calles y plazas, bienestar para los mayores…) nunca vio la parroquia como algo ajeno al pueblo, sino
muy al contrario, se sintió antes que nada hija de su parroquia a la que quería
entrañablemente, y procuró, en lo que estaba a su alcance, todo lo que pudo
para que el edificio de la iglesia, el más singular del pueblo, el más frecuentado,
y el más sentido como propiedad de todos, estuviera lo más digno posible. Esto se tradujo – en el tiempo en que yo
estuve al frente de la parroquia, que es del que hablo- en muchos detalles,
quizás el más sobresaliente la dotación de los nobles bancos de El Parral, que
vinieron a sustituir a las incómodas “bancas”. Sabedora de cuanto me gustaba a mí
la tradición del Belén, adquirió –detalle de finura y cariño que yo agradecí
mucho- un buen número de figuritas de muy buena calidad, algunas mecanizadas, con las que cada año construíamos un bonito nacimiento, centro de la Navidad, en torno al cual se cantaban los preciosos
villancicos que yo no he oído nunca más en otros sitios, y que forman parte del
“patrimonio inmaterial” de Romangordo, que no poco debe en este apartado a la
labor del Padre Ángel Barquilla (q.e.p.d.), benemérito religioso agustino, hijo
del pueblo.
Pero no solo a lo
material se redujo su colaboración con la parroquia, pues también las
festividades religiosas propias del pueblo contaron siempre con el apoyo de la
alcaldesa. A mi iniciativa se debió “restaurar” la fiesta del Cristo en
septiembre, prácticamente perdida, pero ella la incentivó extraordinariamente con
elementos de carácter popular para que todos la viviesen y participasen. Y
nunca faltaron desde el ayuntamiento por ella presidido, los elemento que dan
tono festivo a las celebraciones religiosas de nuestros pueblos, como son banda
de música, coros, cohetes… y mesa para compartir comida y, sobre todo, amistad
entre vecinos, elementos que no faltaron ni en San Blas, ni en la Pascua
Florida, ni en Santa Catalina. Con gusto especial preparaba la fiesta de la
Virgen de Guadalupe que cada año reunía por turno en un pueblo a las
poblaciones de la antigua Campana de Albalat (Casas de Miravete, Higuera y
Romangordo), para celebrar a la Patrona de Extremadura en el día de la
comunidad autónoma.
Todo ha venido a mi
memoria al conocer la noticia de su muerte, y no quiero dejarlo en el tintero,
en homenaje a ella y a su querido (y mío también) Romangordo. No se me olvidan
las palabra que, parafraseando la historia bíblica de José en Egipto, me dirigió en mi
despedida de la parroquia Don Manuel Prieto Ramiro: “Han sido siete años de vacas gordas y
espigas granadas”. Lo fueron, ciertamente, pero parte de aquellos años de
“bonanza” para la parroquia, se deben
sin duda a Charo.
Como recuerdo, el
ayuntamiento me obsequio el día de la despedida con un lienzo pintado al óleo,
que conservo con mucho cariño en mi casa. Es una vista de la Plaza de España,
reformada y reordenada durante el mandato de Charo, con el adorno de los grupos
escultóricos en bronce, que representan a niños jugando. Alguien me dijo una
vez, que hubiera sido más propio haber tomado la plaza desde un ángulo en el
que destacara la iglesia parroquial, edificio más singular y característico que
los reflejados en la pintura. Pero todo tiene su historia, y la plaza está
vista precisamente desde la puerta de la iglesia, pues Charo quiso que yo
contemplara siempre Romangordo, desde la parroquia, como cuando iba o venía,
entraba y salía a ejercer mi ministerio, con el eco silencioso de aquellos
niños juguetones de bronce, que yo había ponderado en una homilía de las
fiestas de San Blas, como un deseo y un sueño de tiempos de crecimiento y
progreso para Romangordo.
En estos años me he alegrado
mucho cuando por la prensa he tenido noticias de Romangordo y de todas las
iniciativas que se han llevado a cabo desde la municipalidad hasta llegar a
colocar su nombre en un lugar de referencia en Extremadura. Me alegré mucho
cuando supe que Charo había sido elegida presidenta de la diputación
provincial. Sabía que llegaba a ese lugar de referencia de los municipios, una
“política” en el pleno sentido etimológico de la palabra, que define con
exactitud esa noble profesión (hoy tan manchada por algunos), pues política
viene del griego “polis”, que significa ciudad, y “político” es –debe ser- el
que está al servicio de la “polis”, es decir, de la ciudad y de sus ciudadanos.
Y eso ha sido Charo, una política enamorada de su pueblo antes que de unas
siglas, buscadora infatigable del bien
de su pueblo sin distinción, y por eso me consta que ha sido ampliamente
querida por todos, sin diferencias ideológicas, y su muerte llorada de verdad.
La relación con Charo, una vez que yo dejé Romangordo se reducía prácticamente a un saludo afectuoso en Guadalupe cada 8 de septiembre, donde ella acudía, en virtud de su cargo, a representar a los municipios de la provincia de Cáceres ante su patrona, como presidenta de la diputación. Este año la eché en falta, imagino que la causa era ya la enfermedad que la ha llevado a la muerte, y de la que yo no tenía noticia. Por razones evidente de mis obligaciones pastorales, máxime en día tan señalado, no pude acudir a su entierro como hubiera sido mi deseo; por eso quiero que estas líneas, escritas torpemente a vuelapluma, lleven mi condolencia a su familia y al pueblo de Romangordo, y con el pésame el sufragio de la oración, que es en realidad, lo único que ya le será útil, a ella y a su familia.
Descanse en paz, porque sus obras la acompañan, la Excma. Sra. Dña. Mª del Rosario Cordero Martín, Presidenta de la Diputación provincial de Cáceres y Alcaldesa de Romangordo.
Juan Manuel Miguel
Sánchez
Párroco de Santa
María, de Don Benito
Párroco que fue de
Santa Catalina, de Romangordo
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