jueves, 24 de octubre de 2019

VIVENCIAS


Comienzo hoy mi décimo año como párroco de Santa María de Don Benito, encargo que me encomendó el entonces obispo de la diócesis Don Amadeo Rodríguez Magro, hoy en Jaén.

La fecha de la toma de posesión no fue puesta al azar. Busqué a propósito la confluencia que me ofrecía el margen que se me daba para ejecutar el nombramiento, y así elegí un domingo, día en que los cristianos celebramos cada semana la Resurrección del Señor en torno al altar; domingo que además era el del Domund, jornada especialmente querida para mí,  y fiesta de San Antonio María Claret, un gran santo misionero y devotísimo de la Virgen, del que leemos todos los años en los maitines: “Aquel que tiene celo desea y procura por todos los medios posibles que Dios sea más conocido, amado y servido, en esta vida y en la otra…”

Tengo que reconocer que si vine a Don Benito fue en virtud de la más estricta obediencia, porque de gusto propio no me hubiera movido del que era entonces mi destino; un destino que de alguna manera yo había propiciado, y en el que llevaba demasiado poco tiempo.  Medellín, su historia apabullante, la sombra gloriosa de sus monumentos, sus héroes legendarios y, sobre todo sus buenas gentes, habían ganado del todo mi corazón sacerdotal; y había mucho campo que roturar, trabajo para tiempo, en lo material y en lo espiritual, con prometedora cosecha y, por eso, la tarea era grata y lo más parecido al ideal de “cura rural” que latía en el origen de la vocación. Pero otra vez, cuando menos lo esperaba, la temida Voz resonaba en mi vida por boca del obispo: “Sal de tu tierra…a la que yo te mostraré”. Cruz y Gloria del sacerdote: De todas partes, sin ser de ningún sitio. Siempre en camino. Sin morada permanente.

No tengo, a decir verdad, buen recuerdo de aquellos primeros meses en Don Benito. Me parecía que invadía un terreno extraño, que tenía sus dueños, donde nadie me esperaba ni necesitaba y, por eso,  todo me resultaba grande, desconocido,  cuesta arriba y sin sentido. Y en el horizonte próximo siempre la silueta del querido Medellín, como un reclamo poderoso, con el peligro que siempre tiene volver la mirada atrás. Pero Dios siempre tiene su hora. Poco a poco –como me ha pasado siempre- el Señor fue suscitando en mí la conciencia clara de que este era “el lote de mi heredad”, la voluntad de la Iglesia expresada por medio del obispo y, al tiempo, fue derribando los muros en los corazones para acoger una nueva etapa, y seguir construyendo entre todos, de manera sencilla e ilusionante, el Reino de Dios, cada uno según los carismas y dones que Dios suscita en la Iglesia, tan variados y tan distintos pero siempre confluyendo en el único ideal, “que Dios sea conocido y amado”.

Al volver la vista atrás, en este aniversario, doy gracias a Dios por las personas que el Señor ha ido poniendo en mi camino para edificar la Iglesia, que se hace concreta “en medio de nuestras casas”  por la acción de la parroquia, “fuente de la aldea”, en feliz expresión, que mucho me gusta por lo simbólica, de San Juan XXIII.

Especialmente doy gracias al Señor por los cinco años que viví en fraternidad sacerdotal y apostólica, pues Don Amadeo, sabedor de la necesidad y potencial de la segunda ciudad diocesana en población, quiso enviar otro sacerdote -vicario parroquial-  para incentivar la actividad pastoral, especialmente en el sector joven. Fueron años preciosos de actividades e iniciativas, enmarcadas entre las JMJ de Madrid y Cracovia, en una época de amplia animación juvenil diocesana, muy lejos de la mortecina realidad en que hoy se mueve este sector pastoral, en el que Don Benito tuvo en aquellos años una presencia activa y destacada.

Una extraña e inesperada decisión (que solo Dios sabe hasta qué punto hizo daño a la pastoral) de quien ostentaba el gobierno diocesano en sede vacante, privó a la parroquia del beneficio inestimable de un sacerdote vicario, sin el que se sigue hasta el presente. Pero eso forma parte de las “espinas”, y esas me las guardo solo para mí.

Como es lógico, las formas de ver la realidad por parte de un nuevo obispo y, sobre todo, el calendario de edades, que es implacable también con el clero y se impone a toda buena intención,  hacen que no haya que ser demasiado avispado para augurar que, en no mucho tiempo, soplaran seguramente nuevos vientos eclesiales en Don Benito; pero mientras tanto hoy, 24 de octubre, fiesta de San Antonio María Claret, en la Misa, centro y núcleo de mi día y de la vida de la parroquia, renovaré el deseo de seguir sirviendo con plena dedicación a la “heredad” que hace nueve años me fue confiada, para pastorearla en el nombre del Señor, único y verdadero dueño de la misma, cosa que en toda mi vida siempre he tenido muy clara.

A la oración de los amables seguidores de este blog, que tienen la paciencia de leer estas lineas,  me encomiendo. Oración más necesaria cuanto mayor es la pobreza e inutilidad, que no es poca.

Juan Manuel Miguel Sánchez
Párroco de Santa María
Don Benito



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