martes, 9 de junio de 2020

DESCANSEN DE SUS FATIGAS, SUS OBRAS LOS ACOMPAÑAN



Con motivo del luto nacional decretado por R.O 27/5/20, con duración de diez días, nos pareció oportuno colocar en la iglesia la bandera nacional, enlutada con un crespón negro, como homenaje a las víctimas de la pandemia, y recordatorio que nos invitara al sufragio por ellos.

Cada día, durante este luto nacional, en la Santa Misa vespertina hemos aplicado el santo sacrifico por esta intención. El pasado viernes, víspera de la conclusion oficial, quisimos, además, celebrar un funeral solemne, que finalizó con el canto, a modo de responso, de “La muerte no es el final”, muy popularizado sobre todo desde que fue elegido, ya hace muchos años, por los ejércitos españoles, como parte del “homenaje a los caídos” en las celebraciones castrenses.

El emocionante colofón a nuestro particular “homenaje” lo pusieron, sin duda alguna, las notas del Himno Nacional que, a decir de varias de las personas presentes, puso el “vello de punta”; que para nosotros es lo mismo que decir que tocó las fibras más profundas del alma. Alguien remitía al Wasap de la parroquia, el siguiente mensaje: “Mi más sincera y agradecida enhorabuena; así se honra a los muertos y a nuestra nación”.

La sociedad civil tiene previsto en sus leyes, formas diferentes de honrar a aquellos que las autoridades pertinentes consideran oportuno, según los reglamentos, aun después de muertos, con distintos actos, símbolos, usos y costumbres: Lutos oficiales, banderas a media acta o enlutadas (según el lugar), minutos de silencio, música, discursos ad casum…

Son todas ellas formas legítimas de honrar “civilmente” a los muertos (pues a ellos nos referimos ahora). En una sociedad plural como es la nuestra, aconfesional, donde convivimos personas de muchas creencias y sensibilidades, por más que la mayoritaria “oficialmente” siga siendo -de momento- la católica, e incluso otras sin creencia religiosa alguna, es natural que se obre de esa manera, que es la “políticamente correcta” (empleando aquí este término sin el uso peyorativo que tiene en otras ocasiones).



Los católicos, aceptando y sumándonos lealmente a los “honores civiles” que ofrece la sociedad de la que formamos parte, hemos de dar un paso más que nadie –de momento- nos impide. Sabemos que esos “homenajes” póstumos, honran la memoria de aquellos a quienes se dirigen, sí, pero también sabemos que nada añaden a sus almas, que es lo que verdaderamente nos interesa. Y por eso, mientras guardamos “un minuto de silencio” unidos a nuestros compatriotas, muy bien podemos rezar un “Padre nuestro”; o elevar a Dios nuestro Señor una plegaria por los muertos, mientras se escucha una bellísima melodía en un marco incomparable, como fue por ejemplo el del Museo del Prado. Y desde luego nadie nos quita que, a los homenajes civiles oficiales, cada uno unamos los que nuestra fe y creencias nos dicten. Para nosotros, católicos, no existe nada más sublime ni extraordinario que celebrar por los difuntos el Santo Sacrificio de la Misa.

Por eso, en nuestra parroquia, hemos ofrecido un “novenario de misas”, unidas a todas las que, en todas las iglesias de España, se han ofrecido por esa “multitud”, de la que nunca sabremos el número exacto, que han muerto víctimas de la Covic19, y que para un cristiano nunca pueden ser “cifras” ni “números”, porque no lo son para Dios, si no hermanos nuestros, con sus rostros, sus historias y sus familias, a la que han dejado desoladas por la condiciones tan dolorosas en las que han muerto, en muchos casos sin poder despedirlos convenientemente.

La mayoría forman parte de una generación esforzada, sacrificada y heroica, a la que le toco reconstruir España tras aquella guerra que enfrentó a los hijos del mismo suelo, y a la que debemos el bienestar del que hoy disfrutamos en España en todos los aspectos de la vida.

Por todo esto nos emocionamos el pasado viernes en nuestro funeral, y por eso no pudimos reprimir elevar al cielo, con lágrimas en los ojos, y trémula vibración en la voz, aquella bienaventuranza del Apocalipsis: “¡Bienaventurados los que mueren en el Señor!¡Sí –dice el Espíritu- que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan!”



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