miércoles, 20 de septiembre de 2017

PEREGRINACIÓN A FÁTIMA



Uma prece final, ao deixar-Vos Mãe de Deus
Viva sempre em minh’alma este grito imortal:
Ó Fátima, adeus! Virgem Mãe, adeus!

Una súplica final, al despedirnos Madre de Dios
Viva siempre en mi alma este grito inmortal
O Fátima, adiós, Virgen Madre, adiós


Con las notas en el oído y en el corazón de este himno, lleno tanto de “saudade” portuguesa como de amor a la Virgen, dejábamos Fátima en la tarde del pasado domingo 17 de septiembre, después de dos jornadas vividas intensamente. Todos los que hemos participado sabíamos bien a dónde y a qué íbamos, por lo que todo ha transcurrido sobre ruedas, y la gracia de Dios ha fluido copiosa sobre cada uno de los peregrinos.

A este “feliz éxito” han contribuidos todos los participantes, cada uno desde su lugar:  La Cofradía de la Soledad, cómo organizadora y anfitriona, nuestro párroco y consiliario ejerciendo su “dirección espiritual”, todos los peregrinos contribuyendo con su saber estar a crear el ambiente propicio, y tanto la agencia de viajes como el chofer del autobús con la profesionalidad que de ellos se espera.



Según estaba previsto iniciamos nuestra “Hoja de Ruta”, entrando poco antes de las doce del mediodía en la Cova de Iría por el Pórtico del Centenario”, donde impactados por la visión que teníamos enfrente -la gran explanada con la Capelinha y la  basílica con sus brazos de columnas al fondo-  profesamos nuestra fe católica, que es la que nos ha llevado a Fátima. El ambiente no podía ser mas de fiesta, por la multitud de peregrinos y -¡feliz coincidencia!- las numerosas bandas de música que ese sábado acudían de todo Portugal a rendir homenaje a la Virgen de Fátima, todo esto, unido al radiante sol, daban a la mañana un tono del todo alegre y feliz.










Repuestas las fuerzas y tras el oportuno y reparador descanso en las magnificas instalaciones del Hotel “Casa Sao Nuno”, nuestra tarde tenía un amplio programa con destino en primer lugar a los Valinhos, la agreste senda por la que Lucia, Francisco y Jacinta conducían sus rebaños hasta la Cova de Iría. Hoy en aquel camino un Viacrucis, erigido por la martirizada iglesia húngara, recuerda la Pasión de Cristo, precio de nuestro rescate. Con profunda piedad y sobrecogedor silencio y recogimiento, nuestro párroco y Don José Donoso que nos acompañaba, fueron meditando las diversas estaciones. 












El Víacrucis concluyó en el llamado “Calvario Húngaro”, imponente y devoto conjunto escultórico, desde cuya terraza se divisan preciosas vistas de Fátima, por lo que es un lugar “fotogénico” por excelencia y nadie quiere quedarse allí sin su fotografía a pesar de la cola.






La ruta siguió hasta Loca do Cabezo, donde un blanco monumento recuerda las apariciones del Ángel en 1916 que, convertido en catequista de los pastorcitos, preparó su corazón para el encuentro con la Virgen. Allí, tras la oportuna exhortación del párroco, rezamos las oraciones enseñadas por el mismo: Dios mio yo creo, adoro, espero y te amo... Santísima Trinidad os adoro profundamente... concluyó el camino en Ajustrell, pequeña aldea donde vivieron los pastorcitos y donde aun se conservan sus entrañables hogares, que trasladan al peregrino a aquel ambiente, sencillo y humilde, pero lleno de humanidad y religiosidad en el que vivían las familias rurales en la época de las apariciones.








Tras la misa en la Capelhina, vivida con la devoción que impone el lugar, después de la cena, nos esperaba el “plato fuerte” de Fátima, que es siempre el Rosario con la emotiva procesión de las antorchas. Aquel “babel de lenguas”, de hombres y mujeres de todas raza y nación, se convierte por la acción del Espíritu Santo en un auténtico “pueblo sacerdotal” que alaba a Dios en una sola lengua que es la lengua común: Una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, y todos congregados, como en el primer Pentecostés, por la Madre de la Iglesiala Virgen blanca de Fátima. Un peregrino decía en los testimonios del autobús que le había impresionado como una imagen tan pequeña y sencilla puede congregar a tanta gente.

El intenso frío de la noche septembrina no pudo apagar el fuego del amor a la Virgen latente en todos los corazones. Totus tuus Maria, MaterCchristii,  Mater Ecclesiae... Totus tuus Maria.

El cansancio físico del largo día, y las intensas emociones vivida hicieron muy fácil conciliar el sueño en nuestro cómodo hotel.
















La mañana del domingo, ya mas libre, fue aprovechada por los peregrinos para distintas visitas y las inevitables compras de objetos piadosos para uso propio y para llevar a los demás, bonito gesto con el que se quiere hacer participe a los demás de lo vivido en Fátima.

A las once de la mañana era la cita para la “Misa Internacional” celebrada al aire libre en la explanada, con gran participación de obispos, sacerdotes y fieles. Las diversas partes de la Santa Misa, en lengua latina, portuguesa y otros idiomas, puso de manifiesto una vez mas la “catolicidad” de la Iglesia, y nos hizo ver que en nuestro camino de fe no estamos solos, y que formamos parte de la gran comunidad eclesial extendida por toda la tierra.

La emocionante procesión del Adiós, con miles de pañuelos blancos despidiendo a la imagen de la Virgen en su regreso a la Capelinha al acabar el oficio religioso es siempre un momento especial –al menos para el que esto escribe, que no puede dejar de emocionarse nunca al contemplar aquel sencillo gesto, acompañado de la popular canción con la que ha querido iniciar esta crónica:
Ó Fátima, adeus! Virgem Mãe, adeus!










Cantando el inevitable Ave de Fátima, música de fondo de nuestra peregrinación, sobre las cuatro de la tarde, iniciamos el viaje de regreso a Don Benito. El rezo del Santo Rosario, con los impactantes testimonios de algunos peregrinos, fue la ocasión para dar gracias a Dios por tanta Gracia derramada en nuestros corazones. Sobre las 21.45 entrabamos a Don Benito, entonando "Virgen querida..." a la Virgen de las Cruces y llegábamos felizmente a nuestros hogares.

¡GRACIAS A TODOS!

El cronista

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