jueves, 21 de mayo de 2020

¿ES OBLIGATORIO AHORA COMULGAR COMO QUIERA EL PARROCO?



Al comenzar la "nueva normalidad", y volver a la “normal” celebración del culto (que de normal tiene poco), una persona me ha felicitado vía wasap por lo "bien" que, según ella, se estaban cumpliendo en nuestra parroquia todos los "protocolos" que marcan las leyes; parte de esa felicitación, ciertamente, corresponde al párroco que, como "cabeza", tiene el deber de coordinar; pero otra parte, no menos pequeña de la felicitación, corresponde a los otros miembros del "cuerpo", que se han tomado muy en serio aquella consigna, atribuida a Alejandro Magno, que dice  "de la conducta de cada uno, depende el futuro de todos”. La cordial felicitación llevaba consigo tambien una coletilla: "...pero creo que la comunión debería darla solo en la mano, es muy peligroso en la boca". 

Agradecí muy de veras, como no puede ser de otra manera, y en la parte que me toca, la felicitación, porque sé que además viene del cariño, y de una justa preocupación; y respondí al "pero" de la única manera que se puede en el momento presente: “Lo siento, no tengo autoridad ni potestad para determinar cómo hay que comulgarpues los fieles están en su derecho de comulgar como crean conveniente".

Siguen vigentes en las presentes circunstancias las formas legítimas de comulgar en la Iglesia Católica de rito romano, que para España son en la boca o en la mano; y en el tema de cómo administrar la comunión durante la Covic19, solo se ha dispuesto, de "rubrica", que el llamado “dialogo de entrega" (El Cuerpo de Cristo/Amen) se haga de forma general, el celebrante desinfecte sus manos con el famoso gel, y qué quien desee comulgar en la mano, lo haga sin guantes. Ni más ni menos. Todo lo demás, de cosecha propia.

Yo, como todo el mundo, tengo mis gustos y preferencias; unas cosas me gustan más y otras menos; también en lo que se refiere a "líneas" o "sensibilidades" eclesiales, como se dice ahora. Estoy en mi derecho, y nadie me lo puede impedir.  Pero desde luego, lo que no me he creído nunca, es que "yo soy la Iglesia", y que en “mi parroquia se hace lo que a mí me gusta".

He tratado de no imponer nunca "mis gustos" en lo que la Iglesia deja a la libre decisión de sus hijos, en las formas establecidas por ella misma; por eso, sin ningún problema, doy la comunión en la boca o en la mano; incluso he facilitado comulgar de rodillas a quien así quiere hacerlo, colocando el comulgatorio en su sitio, porque está en su derecho, y porque así es como se ha comulgado hasta hace cincuenta años, y como han comulgado todos los santos que en el mundo han sido.

Repito que tengo mis preferencias, claro; pero en esto, como en otras cosas, “mi gusto" me lo reservó para mí, y solo lo comparto con las personas que me han pedido consejo o parecer. Al pueblo encomendado a mi cuidado pastoral –que no mío-, cuando viene a tiro, de vez en cuando, le recuerdo las condiciones que pide el catecismo para comulgar bien (saber a quién recibimos, estar en gracia de Dios y guardar ayuno de una hora), y la forma de hacerlo con la dignidad externa que pide Sacramento tan sublime, pues la comunión no es un “alimento cualquiera”.

Es por todo lo dicho que no entiendo cómo desde algunos obispados, y en muchas parroquias, se haya impuesto aprovechando la pandemia, como única y exclusiva, la forma de comulgar en la mano. Así aparece en multitud de esos típicos cartelitos que han proliferado, con dibujos infantiloides, que las parroquias distribuyen abundantemente por las redes y cuelgan en los sufridos tablones de anuncios. Incluso hace unos días escuche por radio a un compañero explicar con mucha soltura, que hacerlo así era de obligado cumplimiento en su parroquia, sin más fundamento ni criterio que “me parece más higiénico, y el Señor dijo en la Ultima Cena tomad y comed…” (sic).

Hoy mismo leo en una fuente autorizada, de toda garantía y credibilidad, las declaraciones del Dr. Filippo María Boscia, 
https://infovaticana.com/2020/05/20/el-presidente-de-la-asociacion-de-medicos-catolicos-dice-que-la-comunion-en-la-mano-es-mas-contagiosa-que-la-comunion-en-la-lengua/
presidente de la Asociación Médica Católica Internacional (no precisamente un cualquiera), que afirma lo siguiente: “La comunión en la mano es más contagiosa que la comunión en la lengua”, fundamentado con razones su afirmación. Y resulta que yo no sé por qué, en materia de profilaxis, me fio más de un profesional de la medicina que de un cura… Como cura que soy, lo que sí sé, porque he dado miles de comuniones, es que –en contra de lo que pueda parecer- es más fácil entrar en contacto con la mano de alguien que con la lengua; no digamos cuando los que no saben comulgar con la mano, que no son pocos, te la “arrebatan” de la tuya, llevándose tus dedos por delante.

Sé que con esto no voy a convencer a nadie de nada; del mismo modo que estoy convencido, hace mucho, que para el que no quiere creer no le sirve ni que resucite un muerto.
Pero no es mi intención convencer a nadie de nada, solo pretendo fundamentar con argumentos mi forma de proceder, en consonancia con la Iglesia universal y no con “mis gustos”.

En el Cap. 5 de su primera epístola, el apóstol San Pedro exhorta a los presbíteros de esta manera: “Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana (…) no como déspotas sobre la heredad de Dios…”. En esta misma línea el Papa Francisco, sucesor de San Pedro,  no ha dejado a lo largo de todo su pontificado de denunciar el “clericalismo”, señalándolo como “el peor mal que puede tener hoy la Iglesia”; y una de sus más claras manifestaciones, a mi modo de entender, es confundir el “servicio” con el “despotismo”, comportarse en la diócesis (o parroquia) como “príncipes” o “patronos” (son expresiones del Papa), considerando al Pueblo de Dios en una permanente minoría de edad, o solo digno de tener en cuenta cuando hablan aquellos miembros cuya “ideología”, “línea” o “sensibilidad” coincide con la mía; que de esto sabemos mucho por aquí.

Tengamos mucho cuidado, porque “si a rio revuelto, ganancia de pescadores”, puede que haya quien esté aprovechando la triste situación del mundo para “hacer de su capa un sayo”, también en lo doctrinal-litúrgico-disciplinar.

No somos dueños, solo administradores de un tesoro del que tendremos que dar buena cuenta a Dios.

Juan Manuel Miguel Sánchez
Párroco


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