De no
haberse producido la Covic-19, la actividad de nuestra parroquia en mayo, estaría
prácticamente centrada en la celebración de "las primeras comuniones".
Esto por dos causas; primero por la gran cantidad de niños que aquí reciben la
catequesis preparatoria para este sacramento de la iniciación cristiana; y
segundo, porque las dimensiones reducidas de nuestro templo parroquial, nos
obligan a tener que distribuir la celebración en varios “turnos”, que ocupan todos
los fines de semana del mes, incluso en ocasiones a alguno del precedente y
posterior.
Cada turno
lleva anejo la celebración de la “renovación de las promesas bautismales” (que
tiene lugar el domingo anterior), los “ensayos” de la ceremonia, la “primera
confesión” y la celebración propiamente dicha del sacramento, por lo que es
fácil deducir que, en mayo, vivimos “entregados” a este gozoso menester
pastoral, en el que gastan sus mejores esfuerzos apostólicos catequistas,
sacerdotes, y otras personas que colaboran, con la única finalidad que los
niños y sus familias, vivan este momento como un paso fuerte del Señor por sus
vidas.
El periodo de
confinamiento ha impedido, y sigue impidiendo (pues no ha concluido cuando esto
escribo) que el proceso ordinario haya culminado felizmente con el día, tan
esperado por todos, de la Primera Comunión que, de momento, tenemos en
suspenso, sin fecha ninguna.
Toda esta
circunstancia ha suscitado en mí la siguiente reflexión que pongo por escrito,
y comparto con quien tenga la paciencia de leer estas líneas:
No me ha
gustado nunca engañarme. Me considero una persona práctica, y creo que no me
equivoco si afirmo que hay muy pocas cosas que toquemos los humanos y
permanezcan en “estado puro”. Esto vale para todos los campos de la vida y,
también, lógicamente, para el religioso.
Todos somos conscientes,
aunque sea de una manera elemental, que lo principal en “las comuniones” es
recibir a Jesús en la Eucaristía; así se repite por activa y pasiva a los niños
en la catequesis, y a sus padres en distintos momentos del proceso. Y lo saben.
Y nadie lo niega. Pero ocurre que, como humanos que somos, necesitamos señalar
los grandes acontecimientos de la vida con “la fiesta”, la alegría, el
encuentro familiar, la mesa compartida, los obsequios…Y la Primera comunión es
un gran acontecimiento que merece por eso una “fiesta”. Hasta aquí sin
problema. Todo esto es en sí buenísimo, razonable, legítimo, pues en definitiva
“la fiesta” realza lo grandioso del acontecimiento que se celebra.
¿Dónde viene
entonces el “pero”? Pues dicho muy sencillamente: En la posibilidad de
perder el equilibrio de la balanza, convirtiendo lo principal en
secundario, y dando más importancia al “envoltorio” que a lo que este envuelve.
Y aquí es a
donde quería llegar, para poder dar respuesta a una pregunta que nos hacen
estos días a catequista y a mí: ¿Cuándo se podrán celebrar las comuniones? ¿de
qué manera? ¿cómo se hará?…
Mi respuesta
es esta: No lo sé, nadie lo sabe por más que nuestros obispos, con buena y paternal
intención, lancen fechas, como si tuviéramos el futuro en nuestras manos, y
pudiéramos decidir la evolución de la pandemia, o ponerla un final acordado por
todos.
Mi
preocupación ante este tema es otra, y es que me temo, ojalá me equivoque, que muchos
niños se quedaran este año sin recibir su primera comunión.
Y esto por
una razón sencilla de entender: Si la celebración de la primera comunión para
una mayoría de familias no se entiende sin una “fiesta”, y esta tiene que ser
según el modelo establecido por la sociedad de consumo, puede suponerse, siendo
realista, que muchas de estas familias renunciaran a “celebrar” la comunión de
sus niños por la imposibilidad de “festejarla” de la forma como se viene
haciendo, en la mayoría de los casos en los últimos años.
Sin ser
profeta ni adivino, ni necesidad de estudiar ciencias económicas, es fácil
llegar a la conclusión que nos encaminamos, si es que no estamos ya, a una muy
grave crisis económica, fruto de la pandemia. Esta crisis imposibilitara a muchas
familias al desembolso económico que supone una comunión “estándar”, en la que
los gastos de la ceremonia religiosa son de 0 €, pero los de “la fiesta” se
elevan a un mínimo de 3600 €, según he leído hoy mismo. Otras causas, no
menores, también a tener en cuenta, pueden ser la imposibilidad de reunir a familias
y amigos en fechas que no son las habituales e, incluso, la dificultad de
contar con establecimientos hoteleros; pues todos estos intereses se concitan a
la hora de organizar una primera comunión.
Me daría muchísima
pena que esto ocurriera. Privar a los niños en este momento de recibir su
primera comunión, sería privarlos del desarrollo normal de su vida cristiana y
de una gracia de Dios inmensa. Aunque los sacramentos no tienen propiamente
edad o, si la tienen, la que cuenta es la “edad del alma”, sabemos que hay cosas
que, si no se hacen en el tiempo apropiado, luego ya resulta muy difícil
encontrar un momento en la vida, más cuando este sacramento de la Eucaristía se
identifica con la etapa infantil.
Con las
catequistas estamos viendo posibilidades –siempre que la situación
evolucione favorablemente-. Una sería dedicar el mes de octubre a “las
primeras comuniones”, celebrando cada sábado o domingo dos turnos, con el fin
que los grupos sean más pequeños, limitando el aforo a los familiares
imprescindibles, con una ceremonia sencilla –que no quiere decir ni mucho menos
“pobretona”- pero que evite muchos ensayos y reuniones grupales, y respetando
todos los protocolos y recomendaciones que marquen en cada etapa las
autoridades sanitarias y eclesiásticas. Otra posible podría ser que los niños,
cuyas familias así lo prefieran, recibieran individualmente la comunión en
cualquiera de las misas que celebramos.
Nos adaptaríamos a cualquier forma
con tal que los niños reciban su primera comunión, que es lo verdaderamente
importante, todo lo demás es accesorio y prescindible.
En lo
festivo, para no complicar lo importante, ese día podría resaltarse con una
celebración familiar más íntima, posponiendo para más adelante y mejores
fechas, la “fiesta” con numerosos familiares y amigos, si es que así se desea. Esto
es solo un consejo, nadie lo tome como una imposición; lo comparto por si
ayuda a alguien a repensar las cosas; luego cada quien es muy libre de obrar como
crea conveniente en lo que a él toca.
Todo esto
estoy pensando y escribiendo, suponiendo que, para septiembre u octubre, Dios
lo quiera así, podamos llevar una vida “normal”. Por eso me parece del todo
imprudente e improcedente, señalar en estos momentos fechas de comuniones, sin
haber salido aun “del estado de alarma”, por más que en algunos lugares se haya
hecho así. Además, hay que tener en cuenta que cada parroquia es peculiar, pues
no es lo mismo una celebración para 4 o 6 comulgantes en un pueblecito pequeño, que organizar a 130 niños, en muchos turnos, en una ciudad, con varias parroquias, cómo es nuestro caso.
Hasta aquí
este pequeño punto de vista personal de la situación que todos vivimos y que, lógicamente,
afecta también a la Iglesia, como sociedad que vive en este mundo; y sobre todo,
a la vida de las parroquias, que es en definitiva la concreción de la Iglesia
para cada uno de nosotros, pues con todos mis respetos, en este tema y como en
otros, somos los párrocos los que conocemos la realidad concreta, y los que
tendremos que solventarla con la ayuda de Dios.
Un saludo
para todos, con mi oración, porque muy pronto todo esto quede atrás.
Juan Manuel Miguel Sánchez
Párroco
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