No hace muchos días hemos celebrado la solemnidad de todos los santos y la conmemoración de los fieles difuntos. Estas fechas siempre han llenado los cementerios y las Iglesias. Es verdad que los cementerios se siguen llenando, eso si, de flores y de gentes que, en su mayor parte, pululan de un lado a otros sin saber muy bien que hacer en aquel lugar. La iglesia por el contrario - y hablo de la mía- no ha notado afluencia especial, incluso, si me apuráis, diría que la participación en las misas el día de los Todos los Santos -fiesta de precepto- fue inferior a la de un domingo cualquiera.
Hace unos año, los curas solíamos quejarnos que nuestro fieles se habían quedado en el del "culto a los difuntos" (misas de novenarios, mes, aniversarios, toques de campanas, velas, lutos...) sin descubrir el sentido pascual de la muerte. Con humor clerical solíamos comentar que las casullas moradas eran siempre en las parroquias las mas abundantes y gastadas (la casulla morada es uno de los ornamentos que suele usarse en la celebraciones por los difuntos) por el mucho uso que se las daba.
Hoy todo esto pertenece al pasado mas cercano. Podríamos decir que nos hemos ido de un extremo al otro. El "culto a los difuntos" queda, por lo general, reducido al entierro y la "misa de mes", ni mas ni menos. Para el recuerdo aquella misa mensual durante el primer año, o al menos la misa en el primer aniversario; en esta parroquia solo de un 10% de los difuntos que enterramos (que suelen se una media de 90 al año) celebramos el primer aniversario ¿Olvido de nuestros seres queridos? ¿Cambios en las costumbres por influencias novedosas? Yo creo que el problema es mucho mas profundo, por eso me ha gustado un artículo que comparto con vosotros.
CIEN MISAS POR SU ALMA
Hace años, y por razones que no vienen ahora al caso, estuve
trabajando una temporada con libros parroquiales de defunciones de los siglos
XVII y XVIII. Los asientos de las partidas de defunción daban constancia de las
“mandas” que cada finado dejaba ordenadas en asuntos piadosos. No era extraño
observar encargos de diez, veinte, treinta, cien e incluso más misas por su
eterno descanso. Junto a esto, casi general también, dejar limosnas para otras
misas por el alma de sus padres, suegros, familiares o personas con las que
tuviera alguna obligación.
Hoy esto resulta chocante, pero si lo pensamos bien ofrece al
menos cuatro puntos de reflexión en este mes de difuntos.
1. La certeza de la muerte. Lo sabían, y por eso ante ella y
con tiempo, comenzaban a pensar en cosas tales como entierro, mortaja,
funerales, caridades y otras cosas. Falta nos hace en un momento en que la
muerte se oculta, quizá por si acaso nos diera por pensar. Hemos de morir, y
presentarnos ante Dios.
2. Qué bien conocían la doctrina católica sobre los
novísimos: muerte, juicio, infierno y gloria. Y que bien sabían de la
importancia de morir como fieles hijos de la Iglesia. Prácticamente en todas
las partidas de defunción pude ver “recibió los santos sacramentos de
penitencia, unción y viático”.
Morir en gracia, pero sabiendo que el paso al
cielo lleva una purificación previa en el purgatorio. Sabiendo además que por
ese misterio que es la comunión de los santos la oración, la caridad y las
misas por su alma serían los mejores sufragios.
3. Saberse ante Dios como gente pequeña y pecadora necesitada
de su misericordia. Me sorprende hoy con qué desfachatez decidimos que al cielo
va todo el mundo porque sí, como si tuviéramos unos derechos inalienables antes
los cuales Dios no tiene más solución que arrugarse. Aquella gente de hace
siglos, y además de pueblo, conocían mucho mejor que nosotros el misterio de
Dios.
4. La caridad con el hermano que lleva a acordarse de los ya
fallecidos y que comprende que es deber moral de cada uno rezar por todos los
difuntos y especialmente por aquellos con los que tiene más obligación.
Cómo ha cambiado hoy todo esto. Pareciera que ante la muerte
lo único necesario es decir que está en el cielo, convertir si acaso el funeral
no en una petición de perdón y gracia para el difunto, sino en un homenaje
póstumo y olvidarnos del hecho mismo de la muerte. Pues no es esa la doctrina
católica. Ni mucho menos.
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El día de los santos y el de los difuntos fui a misa en dos parroquias distintas. en una muy bien la predicación de la comunión de los santos y el purgatorio, pero por supuesto ni una palabra del infierno.
ResponderEliminarEn la otra el sacerdote ha recalcado muchas veces que la muerte no debe darnos miedo pues es como una puerta tras la cual nos espera "alguien" que nos ama y que en el evangelio dice que Él es el camino, la verdad y la vida y que ha ido a prepararnos sitio con Él. Por supuesto del infierno no ha dicho ni una palabra y del purgatorio , expresamente, tampoco.
Yo , teniendo en cuenta que a los curas les gusta hacerse los simpáticos, a costa del difunto , por el que nadie reza pues se ha salvado directamente, he escrito la homilía de mi propio funeral y he encargado a mis hijos que la lean en su momento.
Por gracia de Dios ya mis familiares y amigos ya lo saben, un mes ininterrumpido de misas por mi alma. Mi Parroco si nos hablo del infierno y del Purgatorio, Bendiciones.
ResponderEliminarPor causas que tampoco vienen al caso yo también he trabajado con libros de cuentas parroquiales de esos siglos. Mis conclusiones son muy parecidas: El santo temor de Dios que tenía la gente sencilla era envidiable. Las donaciones en ducados para cera para iluminar al Santísimo, la generosidad para todo lo que tuviera que ver con el culto a Dios no conocía límite. ¡Espíritu Santo, danos fe!
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