Homilía pronunciada por Don Juan Manuel Miguel Sánchez en la Misa con motivo del
homenaje familiar y parroquial a Don Benedicto
Barbero Bermejo
4 octubre 2014
(Se celebró la misa propia de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote,
ofrecida por el eterno descanso del homenajeado)
Seguramente
que muchos de los que participan en esta Santa Misa, esperaban la presencia del
obispo, como estaba previsto y anunciado en el programa editado con motivo de
la visita de la Virgen
de las Cruces a la parroquia, y del homenaje a don Benedicto. Compromisos de
última hora han impedido su presencia, que siempre realza una celebración y le
da una dimensión mas diocesana y eclesial, pero
estén seguros que, si perdemos en este aspecto, no menguamos en cariño a una figura
sacerdotal a la que yo, personalmente, tengo admiración y veneración desde que me
hice cargo de esta parroquia, la misma que Don Benedicto apacentó a lo largo de casi
veinte años, a decir de testigos, con entrega generosa, bondad rebosante,
estima de sus feligreses y veneración popular, de la que dan testimonio hasta última hora sus mismos verdugos.
El
acto que estamos celebrando, setenta y ocho años después de su muerte, ya por
si solo nos dice que no se trata de un sacerdote mas de los que vamos formando
el rectorologio de Santa María; que hay en su vida algo peculiar que hace que
su nombre no haya quedado en el anonimato, ni en el simple recuerdo histórico
de unas firmas estampadas en los libros parroquiales –que casi con toda
seguridad será el único recuerdo que quede de nosotros cuando pasen las generaciones
que nos trataron-. Ese algo que le hace
diferente, es el testimonio de quien llevo hasta las últimas consecuencias las
palabras que a lo largo de 34 años de vida sacerdotal, diariamente, pronunció sobre un poco de pan y un poco de
vino: Esto es mi cuerpo, esta es mi
sangre...que se entrega por vosotros. Su pasión, voluntariamente aceptada
como la de su Maestro, como bien se pone de manifiesto en una de sus cartas a
su familia de Serradilla cuando les escribe “...yo
no pienso abandonar esto pase lo que pase”, le llevó a ser consecuente
hasta el último momento, cuando en un postrero intento de salvarle la vida, respondió a sus inicuos jueces: “Me voy
con mis compañeros que ahora me necesitan mas que nunca”. Y así lo hizo,
como cordero llevado al matadero, sin pronunciar una palabra de odio y
resentimiento, perdonando a sus verdugos, para imitar en todo a su Divino Maestro,
como él mismo había dicho, en una escena sublime, digna de las mejores acta martiriales,
en la casa parroquial, convertida en su particular Getsemaní, cuando a la pregunta: .- ¿Dónde
está el cura? de los que le buscaban para deternerle. respondió con dignidad
sacerdotal y fuerza de lo alto .- YO SOY, debo hacer lo mismo que mi
Divino Maestro.
Será
un día la Iglesia
la que diga, si lo considera oportuno, si don Benedicto puede ser o no honrado con el culto que a los santos se
debe, pero de lo que no tenemos duda es que Don Benedicto fue un auténtico
mártir, que en su muerte no hay mas delito que su condición de sacerdote y
representante de la religión católica, que él no tomó opción mas que por Cristo
en su Iglesia, y que murió perdonando a los que se declaraban sus enemigos, sin
que él jamás lo fuese de nadie
Mientras
esperamos ese juicio de la
Iglesia , su figura de buen pastor, como la de tantos testigos de una época difícil
y tensa de nuestra historia mas reciente nos enseña:
1º.-
A tomar en serio nuestra fe para vivir no solo
“sin tener miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no el alma” sino a los
que pueden arrebatarnos la gracia santificante, que esos son nuestros auténticos
enemigos.
2º.- A amar, perdonar y orar los perseguidores “que no saben lo que hacen”, porque ni conocen a Cristo de verdad, ni han conocido a su Iglesia, humana y débil en sus miembros, pero divina y santísima en su Cabeza.
3º.-
Y en una sociedad sin rumbo, como tantas veces parece la nuestra, a renovar la
esperanza, como nos lo ha dicho el Papa Francisco en su exhortación apostólica
Evangelii Gaudium “El triunfo cristiano
es siempre una cruz, pero una cruz que
al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa
ante los embates del mal” (59).
Pido
a Dios, que algún día esta parroquia tenga el gozo inmenso de ver a uno de sus
párroco, elevado a la gloria de los altares. Asi sea.
Cuando recopilemos el material gráfico, os dejaremos una entrada con la crónica de esta hermosa celebración.
Agradecemos a nuestro párroco Don. Juan Manuel, el que nos haya hecho partícipe de esta informativa e interesante homilía, que con motivo del homenaje a Don Benedicto pronunció en la santa Misa.
ResponderEliminarA través de ella se nos da a conocer la personalidad humana y espiritual de este gran santo sacerdote que vivió y murió profesando su fe en Cristo.
¡ Qué gran lección de fe y de confianza en el Señor para todos nosotros. ¡