El cuarto mandamiento de la Iglesia nos manda “Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia”.
Con este mandamiento la Iglesia no hace otra cosa que ayudarnos a todos cumplir un mandato de Jesús. En efecto, el Señor indicó a sus discípulos que debían ayunar cuando Él no estuviera entre nosotros: “días vendrán cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán” (Mt 9, 15). En el Nt encontramos también muchas citas donde se nos habla del valor del ayuno (Lc 2, 37 Hechos 13,3 Hechos 14,23 Col 3,3 1 Cor 9,25 )
Lo más importante al hacer este tipo de prácticas es darle su sentido verdadero: por una parte someter la voluntad para fortalecerla con virtudes como la templanza, la sobriedad y la humildad y por otra, favorecer el ejercicio de la caridad, pues todos los sacrificios que se hacen deben apuntar a hacer un bien o un servicio al prójimo y a toda la Iglesia. Hacer sacrificios y penitencia por costumbre o porque todos lo hacen, no tiene sentido y no favorecen el crecimiento del hombre que, en conclusión, es lo que se pretende.
Por eso San Agustín decía: "tus privaciones serán fecundas si muestras largueza con otro". Las privaciones son cristianas si nos hacen crecer en santidad, en caridad y generosidad.
En las primeras comunidades cristianas cuando había un pobre entre ellos ayunaban durante dos o tres días y acostumbraban a enviarle los alimentos que tenían preparados para ellos.
En nuestra parroquia tenemos instalada junto al altar una hucha de “Manos Unidas”, para que a lo largo de la cuaresma depositemos en ella el fruto de nuestro ayuno y abstinencia, que, en la Pascua, ofreceremos como contribución a la “Campaña Contra el Hambre en el Mundo”.
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