Es mi intención con estas líneas rendir un homenaje a la fidelidad de aquellas personas que, incluso cuando el termómetro marca 41º C a las ocho y media de la tarde, no faltan a la cita de la misa diaria en la parroquia de Santa María de Don Benito, donde soy párroco actualmente y, en ellos, a todos los que cada día, en todas las iglesias del mundo, encuentran en la Santa Misa el centro y la fuente de su vida cristiana.
EL GRUPO PARROQUIAL DE “LA MISA DE DIARIO”
Hace años, cuando el que esto
escribe era un joven sacerdote en los inicios de su ministerio, y cuando la
Iglesia diocesana gozaba todavía de una cierta vitalidad y capacidad de
convocatoria, era la “moda pastoral” (y como toda moda ya caída en desuso,
entre otras cosas por el reducidísimo número de sacerdote) organizar el “Día
del Arciprestazgo”, celebración que solía tener un carácter festivo-formativo-convivencial.
En nuestro arciprestazgo de entonces, el
de Navalvillar de Pela, también se organizaba esta jornada, que era de recibo, pues
desde las instancias superiores nos repetían constantemente aquel mantra que “la
parroquia no puede ser un reino taifa”; había por eso que conocerse, programar
acciones pastorales en común, aunar criterios y “tener conciencia de
arciprestazgo”. Lo cierto y verdad es que, en aquellos entonces, sea por la
novedad, sea por las ganas de salir de los pueblos, sea porque había más
implicación empezando por los sacerdotes que éramos más numerosos, la
participación era significativa, acudían gentes de todas las parroquias, que esperaban
con ilusión “el día del arciprestazgo”.
No faltaba en esa jornada la
típica reunión por “grupos”. Como en nuestras parroquias, todas ellas rurales,
no existían “movimientos”, los grupos de trabajo se formaban por lo que era común
en todas ellas: catequistas, liturgia, Cáritas, monaguillos, jóvenes,
cofradías, limpieza y ornato de los templos…
En una de las reuniones
preparatorias del “Día del Arciprestazgo”, al arcipreste, que era Don Juan José
Gallego Palomero, hombre dinámico, creativo donde los haya (quizás por eso
nunca valorado suficientemente en un mundo “donde nadie es profeta en su
tierra”) se le ocurrió que un grupo presente en todas las parroquias era también
“EL GRUPO DE LA MISA DE DIARIO”. A todos nos pareció estupenda la idea; y dicho
y hecho, también hubo reunión en aquella ocasión del grupo “de los que iban a
misa a diario”.
Y es que en todas las parroquias
suele haber diversos grupos, que forman parte del entramado de la misma. En las
parroquias rurales, que son la inmensa mayoría en nuestra diócesis, no faltan
los grupos ya reseñados: catequista hay en todos los pueblos, personas que se
encargan del mantenimiento del templo y del culto, lo mismo; no faltan quienes
se encargan de administrar los recursos de caridad o los de la parroquia. En
las parroquias más urbanas, amén de estos grupos básicos, suelen estar
implantados también algunos “movimientos” de carácter supraparroquial según la
moda del momento; son grupos que dan gusto a distintas “espiritualidades”, suelen
estar unidos a la “sensibilidad” del párroco que los acoge, y se nutren de gentes
que van y vienen, aparecen y desaparecen, “buscan y no encuentran” nada a su
medida.
Pero de todos los “grupos parroquiales”,
el que más parroquia hace, el que más evangeliza porque es el que ora
constantemente, el que más busca la gloria de Dios, que es en definitiva el
único y verdadero plan pastoral de la Iglesia de todos los tiempos, y el que
incluye la finalidad de todos los demás grupos, es el de la misa de diario,
fiel donde los haya, sin cambiar de un lugar a otro, venga el cura que venga, truene o diluvie, marque el termómetro un
grado o cuarenta y dos, allí están, cada día, frente al altar, que es donde la
Iglesia se construye y vive.
Mi reconocimiento para todas las
personas que han hecho de su participación diaria en la Santa Misa el alimento
espiritual de su vida, porque han descubierto el “verdadero tesoro”; porque con
su presencia diaria y devota, sin protagonismos de ninguna clase son el “alma
de la parroquia”, y un estímulo para que los sacerdotes, que somos –o
debiéramos ser- los “hombres para la eucaristía”, renovemos y encontremos cada
día sentido a nuestra entrega y ministerio.
Doy gracias a Dios por toda esta
gente, que en tiempos de pocas fidelidades, en los que muchos han abandonada su
práctica religiosa, a la pregunta de Jesús “también
vosotros queréis marcharos”, han respondido con su presencia en la misa de
cada día, en la adoración eucarística frecuente, y en el rosario mariano “Señor a quien vamos a acudir, solo tú tienes
palabras de vida eterna”.
Juan Manuel Miguel Sánchez
Párroco
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