Casi de inmediato, seguramente
porque estaba ya muy meditada en los días que trascurrieron desde su preconización
(9/3/17) hasta su toma de posesión como obispo de Plasencia (24/6/17), en los que sin duda habrá tenido ocasión
de informarse, examinar, trazarse planes y delinear objetivos sobre su futuro
ministerio, Don José Luis tomaba la primera decisión importante de su
pontificado, una decisión no menor ni anodina, que ningún predecesor se atrevió a tomar antes, a sabiendas que era el único camino posible:
Trasladar la formación del exiguo número de seminarista mayores (tres en
concreto el pasado curso), a un lugar que garantice su completa formación en lo
humano, espiritual y académico. El sitio elegido ha sido Salamanca, donde
residirán en lo que se conoce como el “Teologado de Avila”, y que no es otra
cosa que el seminario de la diócesis de Ávila, trasladado en los años
postconciliares a aquella ciudad universitaria para beneficiarse en lo
académico de la Facultad
de Teología de la universidad del episcopado español. Este “teologado” acoge
también a los seminaristas de otras
diócesis castellano-leonesas y, a partir del próximo curso, a los de la nuestra.
Sin duda alguna, en la elección de este lugar habrá pesado la procedencia
abulense de nuestro obispo que, a su vez fue por dos periodos, rector de dicho
teologado , y por lo tanto conocedor del tipo y estilo de sacerdotes que allí
se fraguan, y que será el que él desea para los que van ser futuros pastores de su diócesis.
Esta forma de proveer a
la formación de los candidatos al sacerdocio no supone “nada nuevo bajo el
sol”, pues en muchos lugares la institución del seminario funciona a nivel
inter o supradiocesano para garantizar, ente otras cosas, la calidad de la formación intelectual de los
seminaristas, y una vida comunitaria que
ofrezca a los chicos vocacionados un clima adecuado de piedad y humanidad que
favorezca el recto desarrollo de la vocación.
Esta primera decisión
episcopal no debe suponer ningún trauma para la vida diocesana, mucho menos
para la ciudad de Plasencia, que ya hace muchas décadas dejo de visualizar como
parte de su paisaje las largas filas de seminaristas, ceñidos de fajín azul, de
paseo por sus calles y amables predios; muy al contrario esta decisión supone por
parte del obispo un valiente reconocimiento de la realidad, único camino
posible para la renovarse y garantizar su futuro, pues vivir en una
visión deformada de la realidad, en un optimismo buenista, o por sistema ver
siempre la “botella medio llena”, sin más análisis que el que proporcionan una
“gafas con cristales rosa”, solo conduce al
simple consuelo del “aquí no pasa nada”, que lleva indefectiblemente a
despeñarse por un acantilado. Esperemos que la valentía que supone ese
afrontar la realidad se extienda también otros ámbitos de nuestra diócesis.
Queda aquí la cuestión
del edificio del seminario, que es sin duda donde se puede cebar la
polémica. Hace unos años, bajo el impulso constructor de monseñor Amadeo R.
Magro, la diócesis se embarcó en el proyecto de restaurar a fondo el viejo edificio
decimonónico, con mas apariencia de estación ferroviaria provinciana que de
otra cosa, pegote arquitectónico, se mire por donde se mire, al lado de la
imponente catedral, y carente (y sin posibilidad alguna) de espacios abiertos
tan necesarios para vivir en él una comunidad juvenil. Una obra que ha supuesto un desembolso
extraordinario a la diócesis, y que sin duda estuvo motivada por el deseo de
proporcionar un reciento digno y “seguro” (pues el viejo edifico amenazaba
ruina) a los pocos seminaristas que ya eran cuando se inició la obra, y sin
indicio alguno de que fueran a aumentar notablemente en los próximos años. Ciertamente que el argumento salomónico de “o se
arregla o se cae”, fue el que primó a la hora de actuar. La decisión ciertamente
no era fácil. Ahora, a hechos consumados surge la duda… ¿Era lo mas pedagógico
seguir manteniendo un edificio encorsetado en el caserío urbano de la Plasencia medieval? ¿Demanda el mismo espacio una comunidad grande (que llegaron
a formar mas de cien personas) que una que no suele superar las diez cuando mas?... Son solo algunas dudas razonables que
surgen al pensar en el tema, y que honestamente creo no se valoraron en su día con un ponderado análisis y la calma que requieren las grandes decisiones, dejándonos llevar mas bien por las prisas y el afán de ver frutos inmediatos. Lo cierto es que tenemos
un edificio recién restaurado, confortable, dotado de todo lo que requiere la
vida moderna, pero al día de hoy vacío; para unos un monumento al optimismo, para otros
un despropósito monumental. No entramos en juicios (aunque los tenemos). Solo es de esperar que los que gestionan estas cosas en la Plasencia episcopal, tomen las decisiones adecuadas, y al edificio del seminario no le ocurra lo del arpa de Bécquer, que suele ser la suerte de los edificios que pierden su función.
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