El 6 noviembre la Iglesia
conmemora, con rango de memoria obligatoria, a los mártires de la persecución religiosa del siglo XX en
España que están ya en los altares. Multitud de santos y beatos, obispos, sacerdotes, consagrados y
laicos dieron a Cristo el testimonio supremo del amor, martirizados
en odio a la fe en España, entre 1931 y 1939, durante la persecución religiosa
contra la Iglesia.
Benedicto Barbero,
mártir de la esperanza
Don Benedicto Teodoro
Barbero Bermejo, sacerdote, encabeza la lista de los mártires de la persecución
religiosa en nuestra diócesis. Fue fusilado el 30 de septiembre de 1936. Don
Juan Antonio Corrales Muñana recoge su trayectoria y sus últimas horas para el
último número de la revista diocesana ‘Iglesia en Plasencia’
El pasado 30 de septiembre se cumplían 88 años del
martirio, en Don Benito, de D. Benedicto Teodoro Barbero Bermejo, sacerdote
diocesano, que encabeza la lista de los mártires de la persecución religiosa
que tuvo lugar en nuestra diócesis. Natural de Serradilla donde nació el 15 de
abril de 1879, realiza sus estudios en los seminarios de Coria y Plasencia,
licenciándose posteriormente en teología en la Universidad de Salamanca. Es
ordenado sacerdote el 14 de mayo de 1902 y desempeñó, antes de ser párroco de
Santa María de Don Benito y arcipreste de dicha ciudad, los cargos de ecónomo
de Cristina y de Santiago de Miajadas, las labores de vicerrector del Seminario
Diocesano y profesor de metafísica.
Gozaba D. Benedicto de un gran prestigio en la ciudad.
Sin embargo, esto no obstaculizó para que corriera la misma suerte que sus
compañeros. El 19 de julio es recluido en su domicilio, donde permanecerá hasta
su ingreso en la cárcel. De estos primeros días contamos con un testimonio
excepcional, el mismo D. Benedicto, mediante cartas dirigidas a sus hermanos,
nos narra lo que ocurre en la ciudad; aunque siempre matizando lo que a él o a
su parroquia se refería, para que no se preocupasen por su situación.
El 20 de julio describe la situación de
la ciudad como “soviet incruento”. Habla de
las primeras detenciones y de los grupos de milicianos armados que patrullan
por la ciudad. También dice que el día anterior habían cerrado todas las iglesias,
pero para no preocupar a su familia, les dice que de la suya se han “olvidado”, sin embargo, sabemos que todas fueron
profanadas el 19 de julio.
El 21 escribe de nuevo a su familia diciéndoles que
esa mañana había celebrado misa con toque de campanas incluido, por ser la
única abierta en la ciudad. Don Benedicto no quería preocuparles; pero su
iglesia ya había sido profanada y todo cuanto había en su interior, quemado o
destruido, por lo que no pudo celebrar más en ella. Su familia nunca se podía
imaginar lo que en realidad estaba pasando pues las noticias que llegaban a la
zona nacional eran muy confusas, Don Benedicto trata en todo momento de tranquilizarles
con el fin de que no tuvieran la tentación de ir en su búsqueda, ya que
correrían un gran peligro.
Al día siguiente sale a visitar a su
amigo Celestino, médico; y a la salida de su casa, unos milicianos le dan el
alto y lo cachean mientras un joven le apunta constantemente con una escopeta.
De nuevo, recomienda a sus familiares que no se les ocurra aparecer por allí,
ya que la ciudad se había convertido en una “ratonera”, sin
embargo, su intención es la de permanecer allí “pase lo
que pase”, confiando en que los miembros del Comité lo respetarán.
A pesar de estar detenido en su domicilio, está informado de todo lo que ocurre en la ciudad; como la detención de alguno de los sacerdotes, o de los religiosos del Inmaculado Corazón de María; aunque, para no alarmar a su familia, atribuye los disparos que con frecuencia se oían a algo fortuito, “algunas escopetas serían de muelles ligeros”.
Hasta el 26 de julio goza de cierta libertad, pero a
partir de ese momento se lamenta de que la situación es cada vez más
complicada, por lo que decide permanecer todo el tiempo en su domicilio; al
mismo tiempo que muestra sus dudas de que las cartas estén llegando a su
destino, ante la falta de trenes o la demora de estos, o que sus cartas puedan
ser intervenidas.
“Mientras tenga
esperanza de salvar algo, no salgo de aquí”
El tres de agosto será la última vez que escriba a sus hermanos, en su carta hace toda una declaración de intenciones. Pone toda su confianza en Dios para que todo acabe lo antes posible. Espera que no tarde mucho en recuperarse la calma y le sea devuelta pronto la iglesia para poder volver a llevar a cabo las tareas pastorales, aunque reconoce que costará mucho esfuerzo; sin duda está reconociendo que todo había sido destruido. Y por último, su intención de ir a Serradilla en el mes de septiembre, si todo lo anterior se hubiese cumplido, pero “mas mientras tenga esperanza de salvar algo, no salgo de aquí, ya iré a casa cuando Dios quiera”.
No llegará a cumplir su deseo. El 6 de septiembre
abandona su domicilio y es trasladado a la cárcel junto con los otros
prisioneros. Antes de esto, tuvo varios ofrecimientos para abandonar la ciudad,
pero rehusó de todos; incluso sus mismos captores le ofrecieron la posibilidad
de ocultarse para no ser llevado a la cárcel, pero don Benedicto lo rechaza.
Una vez en la cárcel dedicará gran parte de su tiempo
a la oración, de rodillas mirando al cielo, según sus carceleros; ya que estaba
incomunicado en una celda apartado de los demás y, a pesar de los malos tratos
que recibe en algunos momentos siempre mantendrá la serenidad de su rostro.
De nuevo se presenta ante él la oportunidad de poder
salvar la vida. Estando enfermo el jefe de la prisión le ofrece la posibilidad
de ser trasladado al hospital de la Cruz Roja, pero don Benedicto rechazará tal
ofrecimiento.
“Sé que me fusilarán
tarde o temprano”
Finalmente, la madrugada del 30 de
septiembre es sacado de la cárcel junto con otros detenidos, en el camino
pasarán cerca del hospital, los milicianos ofrecen de nuevo a don Benedicto la
posibilidad de ingresar en él, pero él responderá: “Se que me fusilarán tarde o temprano, me voy ahora pues con mis
compañeros que me necesitan más que nunca”.
Con el rosario en la mano
Llegados al cementerio se consumó el crimen. A la
mañana siguiente cuando fueron a enterrar los cadáveres, el cadáver de don Benedicto
no estaba junto con los demás, la descarga de balas no acabó totalmente con su
vida Había logrado incorporarse y, apoyado en la pared y con el rosario en la
mano, entregó su alma a Dios.
Sus restos fueron depositados, junto con
los demás asesinados, en una fosa común del cementerio, donde descansan en la
actualidad.
Juan Antonio Corrales
Muñana
Licenciado en Geografía e Historia, sacerdote y profesor de Historia de la Iglesia
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