Fiesta grande de la Virgen. Resumen y cenit de su vida. Compendio de todas sus glorias y virtudes. Lo celebraremos -como todas las fiestas marianas- con especial solemnidad, pues nuestra parroquia lleva su nombre: Santa María.
Comenzaremos esta tarde, a las 19.30, con la "Vigilia", que nos presenta a María como "Arca de la Nueva Alianza", que entra en la Jerusalén celeste.
Alguien nos ha sugerido introducir como textos de meditación breves fragmentos de las obras de San Juan Damasceno. Así lo haremos. Y sirva como preparación para la fiesta esta bella descripción que el "orador de oro", hace de este momento:
“La Madre de Dios no murió de enfermedad, porque ella por no
tener pecado original no tenía que recibir el castigo de la enfermedad.
Ella no murió de ancianidad, porque no tenía por qué envejecer, ya que a ella
no le llegaba el castigo del pecado de los primeros padres: envejecer y
acabarse por debilidad. Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al
cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.
Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había
empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y
grandes, cuando había consolado tantas personas tristes y había ayudado a
tantos enfermos y moribundos, hizo saber a los Apóstoles que ya se aproximaba
la fecha de partir de este mundo para la eternidad.
Los Apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las
madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus
últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.
Fueron llegando, y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron
esas manos santas que tantas veces los habían bendecido. Para cada uno de ellos
tuvo la excelsa Señora palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como
quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente
sus ojos; y su alma, mil veces bendita, partió a la eternidad.
La noticia cundió por toda la ciudad, y no hubo un cristiano que
no viniera a llorar junto a su cuerpo, como por la muerte de la propia madre.
Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos
cantaban el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una
poderosísima Protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los
discípulos de Jesús.
En el aire se sentían suavísimos pero fuertes aromas, y parecía
escuchar cada uno, armonías de músicas muy suaves. Pero, Tomás Apóstol, no
había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían vuelto de sepultar a
la Santísima Madre.
Pedro, – dijo Tomás- No me puedes negar el gran favor de poder
ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso a esas manos
santas que tantas veces me bendijeron. Y Pedro aceptó.
Se fueron todos hacia el Santo Sepulcro, y cuando ya estaban
cerca empezaron a sentir de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosas
músicas en el aire.
Abrieron el sepulcro y en vez de ver el cuerpo de la Virgen
encontraron solamente… una gran cantidad de flores muy hermosas.
Jesucristo había venido, había resucitado a Su Madre Santísima y la había
llevado al cielo".
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