“EL QUE LO VIO DA TESTIMONIO”
(Jn
19,35)
Una de las formas tradicionales de sustento de la comunidad de monjas carmelitas descalzas de Don Benito, ha sido -y sigue siendo- el planchado y almidonado de todo tipo de ajuares del hogar (mantelerías, juegos de sábanas, pañitos…), y de las iglesias (manteles de altar, purificadores, corporales…), en lo que son maestras consumadas por su impecable y buen hacer.
El
lunes 22 de noviembre de 2021, llevaron al convento para su lavado algunos
lienzos de altar, entre ellos un corporal [1]procedentes de un oratorio
particular del entorno de don Benito, donde un sacerdote, amigo de la familia propietaria,
había celebrado la Santa Misa los días previos. Cómo debe hacerse con los
lienzos que han estado en contacto directo con las especies eucarísticas, la
monja encargada procedió a “purificarlos” antes de su lavado y planchado. Al
desplegar el corporal observó en su interior una partícula en forma de media
luna, de unos dos centímetros de largo, supuestamente de una hostia consagrada
sobre ese corporal que, accidentalmente, debió desprenderse sin que el
sacerdote celebrante se apercibiera; con todo cuidado y respeto depositó la
partícula en un recipiente con agua común en la sacristía, cubriéndolo con la
tapadera, para esperar su disolución y proceder a verter el agua en la tierra
de la piscina [2] una vez deshecha.
Una
semana después, 29 de noviembre de 2021, al observar la hermana sacristana el
recipiente para ver si ya se podía verter el agua en la "piscina",
pudo comprobar que, en cada uno de los extremos de la “media luna”, se habían
formado unos grumos, voluminosos y consistentes, de un color rojo semejante al
de la sangre.
Avisada
la madre priora, presintiendo esta que lo ocurrido no se correspondía con lo
que es normal en casos semejantes, lo puso en conocimiento del capellán que
suscribe estas líneas. Avisados por este acudieron en los días inmediatos dos
profesionales de laboratorio de análisis clínicos, personas discretas y religiosas,
coincidiendo ambos que, a “simple vista”, lo que había en el recipiente,
flotando en el agua, tenían toda la apariencia de dos coágulos de sangre.
Con
todo respeto y cuidado, a indicación del capellán, los tomaron con una perilla
de aspiración, y los depositaron en dos tubitos de ensayo para su mejor
conservación, custodia y posible examen científico.
De
todo lo acontecido la madre priora dio oportuna cuenta al prelado diocesano (que
estaba ya preconizado para otra diócesis y no pudo ocuparse más del asunto) y al
administrador apostólico.
Actualmente
los “coágulos” siguen en las ampollas de vidrio donde se colocaron. No se han
disuelto, aunque ahora -tres años después- presentan a “simple vista”- el aspecto de una “epidermis”
(no se nos ocurre otra comparación) con unas pequeñísimas manchas color
óxido.
Por indicación del obispo administrador apostólico -máxima autoridad diocesana en el momento de los hechos- las ampollas se guardaron cuidadosamente.
El que esto suscribe, sacerdote
capellán del convento, no tiene ninguna cualificación para emitir juicio ni opinión alguna, pero ha sentido la necesidad interior y de conciencia de “dar
testimonio de lo que ha visto”, de forma que quede constancia del suceso, como así lo hace bajo su exclusiva responsabilidad.
Juan Manuel Miguel Sánchez.
Capellán convento MM. Carmelitas Descalzas de Don
Benito.
Puesto por escrito el 22 de agosto de 2024
[1]
Corporal: Lienzo de tela, de unos 40x40 cm que se extiende sobre los manteles
del altar y sobre él se coloca la hostia y el cáliz. Se guarda plegado de tal
forma que al desplegarse forma nueve cuadros
[2] Piscina:
Se llama así, en términos litúrgicos, a un depósito con desagüe directo a la
tierra donde se echa el agua que ha sobrado de una función sagrada. Suele estar
en la sacristía.
