Cuando de vez en cuando tengo que extender alguna partida de confirmados en los años 50-60 del pasado siglo, son interminables las listas; eran niños que, en largas filas, sin ser muy conscientes de que era aquello, acudían desde los colegios y escuelas para recibir este sacramento de manos del obispo, que pasaba horas administrándolo (esta es una parroquia muy grande), acompañado de un padrino/madrina únicos para todos. Por el contrario es curioso que, en el citado libro, no existen prácticamente listas de "confirmados" en los años 70, seguramente, y en primer lugar, por la larga "sede vacante" de nuestra diócesis placentina y, en segundo, por los nuevos "aires" postconciliares que soplaban en la Iglesia de la época, y que darían un giro a la pastoral en general y a la confirmación en particular, que pasó a ser en aquellos años el "sacramento de la juventud", una especie de "renovación del bautismo", como se nos decía -a mi también me lo enseñaron así- en la catequesis, y con aquella idea acudimos a confirmanos, prácticamente sin "haber oído hablar nunca del Espíritu Santo", ni de dones, carismas, ni gracia ni nada de nada, pues el catecismo había pasado por aquel entonces al anaquel de libros "antiguos", y todo se basaba en "reuniones de grupo", carentes de seriedad, preparación y contenido, en las que lo mismo se escuchaba la canción de moda, que se hablaba de un tema al azar.
De unos años a esta parte se está intentando en las diócesis pasar de una "catequesis sacramental" a otra de "Iniciación cristiana", con su casi imposible pretensión de mantener a niños y adolescentes en un proceso que abarca desde los seis-siete años hasta la primera juventud. El ideal lógicamente queda muy lejos de la realidad, pues la mayor parte abandonan el proceso tras recibir la Primera Comunión, que sigue siendo el "sacramento estrella" de esa etapa de la vida.
Un vistazo en lo que se refiere a la praxis pastoral en este ámbito en diferentes diócesis de España revela una disciplina variada: En algunas diócesis, atendiendo al orden lógico de los sacramentos la confirmación se administra previamente a la Comunión, que teológicamente es el culmen de la iniciación; en otras al año siguiente de la comunión, para conseguir que la mayoría de los niños que han comulgado completen el ciclo de la iniciación. En la mayoría de las diócesis -como es el caso de la nuestra- la confirmación se administra hoy en la edad que coincide con 3º o 4º de ESO, y cada vez menos en primero o segundo de bachiller, después de un "catecumenado" de dos o tres años, muy distante del ideal de la "iniciación cristiana" continuada, que se interrumpe al concluir la primera comunión, y necesita de un nuevo "catecumenado" para acceder a la confirmación.
Ante esta diversidad, muy propia por otra parte de nuestros tiempos tan cambiantes y y variados, uno se pregunta: ¿Que camino seguir?
Desde luego hay que olvidar para siempre aquel axioma setentero de que la confirmación es "la renovación del bautismo". La Confirmación no es la renovación de nada; es el sacramento que completa la gracia bautismal, derramando el Espíritu Santo sobre los que lo reciben. Según esto, la confirmación supone la fe, que se recibió en el bautismo, y lo que se desea al pedir el sacramento es un mayor auxilio de la gracia, para vivir mejor el Evangelio y ser miembros activos de la Iglesia.
Si la Confirmación presupone la fe y la vida cristiana, me pregunto: ¿Es adecuado administrarla cuando no hay vida cristiana ninguna, ni deseos próximos ni remotos de tenerla? ¿Puede seguir siendo la confirmación un "sacramento-cebo" para congregar en torno a las parroquias un número -cada vez menor ciertamente- de "jóvenes" (en realidad adolescente) con el loable fin de mantenerlos "enganchados" a algo que en realidad no "demandan" por si mismo, sino por otros variados intereses?
Ante esta diversidad, muy propia por otra parte de nuestros tiempos tan cambiantes y y variados, uno se pregunta: ¿Que camino seguir?
Desde luego hay que olvidar para siempre aquel axioma setentero de que la confirmación es "la renovación del bautismo". La Confirmación no es la renovación de nada; es el sacramento que completa la gracia bautismal, derramando el Espíritu Santo sobre los que lo reciben. Según esto, la confirmación supone la fe, que se recibió en el bautismo, y lo que se desea al pedir el sacramento es un mayor auxilio de la gracia, para vivir mejor el Evangelio y ser miembros activos de la Iglesia.
Si la Confirmación presupone la fe y la vida cristiana, me pregunto: ¿Es adecuado administrarla cuando no hay vida cristiana ninguna, ni deseos próximos ni remotos de tenerla? ¿Puede seguir siendo la confirmación un "sacramento-cebo" para congregar en torno a las parroquias un número -cada vez menor ciertamente- de "jóvenes" (en realidad adolescente) con el loable fin de mantenerlos "enganchados" a algo que en realidad no "demandan" por si mismo, sino por otros variados intereses?
Desde mi punto de vista, si queremos que todos los bautizados reciban este sacramento, lo mas adecuado sería administrarlo -como hacen ya algunas diócesis- en la edad infantil, cuando aun los niños siguen participando en la catequesis, y el corazón esta mas abierto a la acción de la gracia. De lo contrario, es mi opinión de nuevo, debería retrasarse a la edad en que uno es verdaderamente libre para tomar decisiones trascendentales en la vida, como es la de seguir a Jesucristo en la Iglesia que el fundó. Ni mucho menos nos parece la mejor edad para este sacramento la difícil etapa de la adolescencia, en la que todo está en crisis, se ocultan los sentimientos religiosos, cuando no se avergüenza uno de ellos, o hace su propio ideario religioso-moral por influencia de las modas sociales o del grupo de amigos.
Esto no quiere decir mucho menos que hayamos de renunciar al trabajo pastoral con adolescentes, pero en esa edad sobran los "sermones", y la tarea, llena de paciencia, debe ser ayudarles con el ejemplo a crecer en el valor de la religión, abriendoles a algo grande para que Dios un dia pueda ocupar ese hueco.
Personalmente he de afirmar, que el trabajo del "catecumenado de adultos", en orden a recibir el sacramento de la confirmación cuando lo hemos convocado, ha sido siempre sido siempre gratificante y una ocasión extraordinaria de evangelización.
A mi, comos seguramente a otros compañeros, nos gustaría recibir una luz más clara sobre el camino a seguir por parte de quienes tienen el deber de guiar, y orientaciones mas concretas en estos temas, que son en los que se juega la pastoral en las parroquias, y en definitiva el "negocio" de la salvación de las almas, que es -o debe ser- el fin de toda pastoral, pues "al final de la jornada el que se salva sabe..." Es cierto que se me podrá decir que las diócesis tienen sus propios directorios, pero también es cierto que en muchas cosas las circunstancias de nuestra sociedad han cambiado tanto, que quedan muy distante de la realidad del mundo que nos toca vivir y de la forma de afrontar la pastoral, y por eso no estaría mal estar mas al día de la vida religiosa de nuestros fieles, de como mejorarla, incentivarla, y purificarla, dejando para otros los temas que hoy parecen copar el interés de la Iglesia a altos niveles, dígase por ejemplo la salud del Amazonas, la eficiencia energética, el reciclaje de los plásticos o la espiritualidad ecológica integral...
Esto no quiere decir mucho menos que hayamos de renunciar al trabajo pastoral con adolescentes, pero en esa edad sobran los "sermones", y la tarea, llena de paciencia, debe ser ayudarles con el ejemplo a crecer en el valor de la religión, abriendoles a algo grande para que Dios un dia pueda ocupar ese hueco.
Personalmente he de afirmar, que el trabajo del "catecumenado de adultos", en orden a recibir el sacramento de la confirmación cuando lo hemos convocado, ha sido siempre sido siempre gratificante y una ocasión extraordinaria de evangelización.
Juan Manuel Miguel Sánchez
Párroco
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